
Por Marcelo Cafferata

Después de “¿Qué puede un cuerpo?” y “Atenas”, el nuevo trabajo de César González pierde originalidad y desdibuja su marca de autor, transitando por el estereotipo y el lugar común de una historia que tiene como eje central a quienes viven en los barrios carenciados.
“RELOJ, SOLEDAD” tiene muchos más puntos en común con el cine de Campusano (desde la puesta de cámaras, el tono de las actuaciones y la construcción de los diálogos) que ya lo ha convertido en un autor consagrado y que registra sus inconfundibles marcas de estilo, que con la poesía villera que González había desplegado sobre todo en “Lluvia de Jaulas” y que le aportaba una marca distintiva dentro de los jóvenes realizadores del cine nacional.
La protagonista (Nadine Cifre, quien es además coguionista y coproductora del filme) es empleada de limpieza de una fábrica y durante toda la primera parte del filme, la acompañaremos en su rutina, en un registro casi bordeando el documental. Frente a una situación en su trabajo, decide atravesar ciertos límites que traerán más complicaciones que soluciones y allí comenzará el verdadero relato ficcional.
Todo se complejizará más aun cuando una de sus compañeras se vea responsabilizada por lo que no ha hecho y tanto su jefe como el entorno comenzarán a ejercer una violencia tanto solapada como explícita de la que será difícil escapar.
La anécdota queda muy pequeña –apenas puede servir como fábula moral- y parece no encontrar un curso que proponga una lectura diferente a lo que ya conceptualmente conocemos como cine del conurbano o el retrato del microcosmos de la villa, que ya fueron mostrados por otros directores en otras oportunidades (inclusive por el propio González).
“RELOJ, SOLEDAD”, presentada dentro de la Competencia Argentina, queda como un pequeño tropiezo dentro de la carrera de un cineasta / autor del que hemos disfrutado propuestas mucho más interesantes y arriesgadas.
RELOJ, SOLEDAD
de César González
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