Por Marcelo Cafferata
La primera escena de “LA ENCOMIENDA” muestra la explosión de un barco en el medio de alta mar del que, en principio, veremos sólo a un sobreviviente, Pietro (Ettore D’Alessandro). Será el protagonista de una aventura que se inscribe rápidamente en el subgénero de los náufragos aunque Giorgelli se ingeniará para atravesar su relato con la mirada social que lo caracteriza, aun contando con escasos elementos en la trama.
Sabremos que las actividades que desarrollaba el barco en alta mar eran “non sanctas” y terminaremos de confirmarlo cuando Pietro encuentre encerrado y esposado a Benel (Henry Shaq Montero García), un inmigrante clandestino que viajando en esa embarcación soñaba con la posibilidad de ingresar en forma clandestina a los Estados Unidos.
Sed, hambre, el sol abrasador, la falta de higiene, las potenciales enfermedades y una barca que será su nuevo “hogar” (en donde encuentra al personaje de Marcelo Subiotto) son algunos de los puntos en común con las historias a la deriva y en mar abierto que hacen que “LA ENCOMIENDA” transite por algunos carriles previsibles. La maestría de la cámara de Giorgelli instalada en los Estudios Pinewood de República Dominicana con su famoso tanque de agua donde se producen tormentas, oleaje y unos horizontes maravillosos, logra captar la atención del espectador como efecto reparador de algunas insuficiencias del guion.
Impactan y también tienen un gran lucimiento los rubros técnicos, tanto de edición, sonido o el trabajo del director de fotografía Diego Poleri. Sobre el último acto, la película se va despegando del relato obvio y logra crecer hasta llegar a un final que, como espectadores, nos deja con algunas preguntas para resolver e invita a continuar reflexionando.
LA ENCOMIENDA
de Pablo Giorgelli
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