Por Marcelo Cafferata
Lejos ha quedado la revolución que generaron los primeros trabajos de Jane Campion como “Un ángel en mi mesa” o “La lección de Piano” en donde sus personajes femeninos, empoderados, determinados y en la búsqueda de su propia libertad desafiando cualquier convención social, generaron esa nueva mirada tan propia de una nueva era de las mujeres en el cine.
En su último trabajo “EL PODER DEL PERRO” muestra una vez más, una exquisita puesta en escena, rigurosa, precisa, preciosista pero completamente desapasionada y más preocupada de lucirse en ese virtuosismo estético que en llegar al corazón de sus personajes.
La adaptación de la historia de Thomas Savage hace necesario el aire de western para contar la historia de dos hermanos Phil (Benedict Cumberbatch) y George (Jesse Plemons), dos personalidades completamente opuestas, cuya tensión se ve reforzada cuando George contrae matrimonio con Rose (Kirsten Dunst) una viuda que hará entrar en escena a su hijo, desatando una serie de pulsiones subyacentes que desencadenarán el drama.
A pesar del esmero de Campion tras la cámara, el cúmulo de estereotipos que plantea el guion, sumado a un ritmo moroso y a la extensa presentación de los personajes, hace que la película logre captar la atención del espectador en muy pocos momentos. Sumado a esto, la historia peca de creer que presenta algo novedoso cuando se trata de un relato con subtextos que ya aparecieron infinidad de veces en diferentes formatos.
Quizás el personaje más inquietante sea justamente el que irrumpe desde “afuera” generando el mayor desequilibrio: el hijo de Rose (Kodi Smit-McPhee), que se muestra vulnerable, enigmático, frágil. Una figura afeminada, lánguida, extremadamente delgada, que se contrapone con el entorno machista y violento que se respira en el ambiente.
Un trabajo que deja una extraña sensación de no tener un rumbo cierto a pesar de las muy buenas actuaciones y de la delicada puesta en escena.
EL PODER DEL PERRO
de Jane Campion
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