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Por Marcelo Cafferata

Crítica de "Esquirlas", de Natalia Garayalde - Magoya Cine

Recorremos dos de las propuestas que presenta en Competencia Argentina la edición de este año del Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, bien diferentes entre sí que componen un catálogo variado que atraviesa diversos géneros.

ESQUIRLAS

de Natalia Garayalde

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ESQUIRLAS” relata los trágicos hechos de tres explosiones sucesivas ocurridas en la Fábrica Militar de Armamentos, en la localidad de Río Tercero, Córdoba en 1995, en plena presidencia del Carlos Menem. Todo quedó absolutamente destruido y no solamente hubo más de trescientas personas heridas y siete muertes sino que además el efecto expansivo y multiplicador que tuvo ese suceso, tiene daños incalculables a nivel económico y social para la sociedad cordobesa, sino también en particular para cada una de aquellas familias que, de una manera u otra, han quedado involucradas.

Lo interesante de la propuesta de Garayalde es que no toma el hecho ilustrándolo periodísticamente como podría hacerse en otros documentales –el material de archivo es sólo una pequeña parte el trabajo-, sino que lo aborda desde la mirada personal de una familia atravesada por los sucesos. No son justamente los adultos quienes llevan las voces cantantes del relato, sino que lo que llama poderosamente la atención es que la mayoría de las escenas trabajan sobre una narrativa construida a partir de los testimonios, las vivencias y las filmaciones de los niños de la familia en aquel momento (inclusive ilustrando con registros de juegos  la alegría familiar antes del suceso), hoy devenidos en adultos reflexionando sobre los acontecimientos.

También se desmarca del pelotón de realizadores que bucea introspectivamente en la historia familiar para narrar su propia historia familiar, sino que toma precisamente toda la riqueza de ese material disponible para que las filmaciones y los recuerdos familiares sean el trampolín para apuntar a una historia mucho más abarcativa, mucho más amplia, que ya forma parte de la memoria de su ciudad, de un tiempo de horror y de dolor que ha dejado sus marcas.

Han pasado más de 25 años y sin embargo las ramificaciones que esta explosión ha tenido, dejó esas esquirlas del título en muchas de las familias, física, económica y psicológicamente. Lo que en un principio se intentó nombrar como “accidente” devino a través de diferentes conexiones, de deja en evidencia la participación del Estado en negocios oscuros, donde altos funcionarios y directivos ocultaban las vinculaciones que este hecho había tenido, con el contrabando de armas al exterior (Ecuador y Croacia).

Más allá de la impunidad de la maquinaria judicial de nuestro país, el daño que sigue aún hoy presente es el punto más intenso del documental. Al mismo tiempo que parte de la geografía de la ciudad queda despedazada, la familia de la directora comienza a resquebrajarse cuando los ecos de este evento invadan el núcleo familiar a través de una enfermedad que va mutilándolos.

Garayalde tiene la pericia y la precisión de mezclar lo general / social con lo particular / familiar y entremezclar en el relato con iguales dosis los temas personales con el retrato de una época y una ciudad destruida y flagelada. Un documental necesario para que la memoria siga activa para las nuevas generaciones, para no olvidar, para repensar y para seguir exigiendo justicia.

EL TIEMPO PERDIDO

de María Álvarez

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María Álvarez había retratado exquisitamente en “Las Cinéphilas” (2017) a un grupo de mujeres pasados los 60, para las que el cine es un elemento importante e imprescindible en sus vidas: una verdadera pasión. De esta forma, a través de su manera de ver películas y de sus filmes favoritos, pudimos ir conociendo a cada una de ellas e ingresando en sus vidas y sus historias.

La cámara de Álvarez, nuevamente asocia a personas de la tercera edad con su pasión por el arte y ahora en “EL TIEMPO PERDIDO” –que se constituye en el segundo filme de la trilogía que cerrará con “Las Cercanas”- muestra un grupo de hombres y mujeres que sostienen encuentros periódicos de dos horas en un bar de Tribunales para dar lectura a la icónica obra de Marcel Proust “En busca del tiempo perdido”, esa maratónica obra maestra en siete tomos, que incluso, alguno de los integrantes del grupo se jacta de haber leído mucho más de una vez.

Cuando en “Las Cinéphilas” Álvarez se adentraba en la vida de cada una de sus protagonistas, en el caso de Norma Bárbaro ya habíamos visto algunos fragmentos de estos encuentros. Ahora, en “EL TIEMPO PERDIDO” éstos pasan a ser el centro de la narración y participamos entonces de ellos, en donde no solamente se leen fragmentos de esta obra sino que se analizan con extremada precisión y apasionamiento, este texto que muchos lectores dicen conocer pero que pocos han leído realmente –como si lo han hecho los integrantes de este grupo- y que parecen conocer y hacer carne (incluso muchos de ellos se autodefinen como “los proustianos” y conectan hechos de su propia historia como irremediables vinculaciones signadas por el texto).

Roberto fundó este grupo hace ya más de 17 años y  a través de los encuentros conoceremos a estos personajes que al encontrarse sostienen que “cada lectura es un acto creativo” ya que en cada nuevo encuentro con el texto, surgen diferentes emociones, anécdotas que se vinculan con lo leído, nuevas interpretaciones y comprensión más profunda de los personajes y ellos lo viven con una pasión particular y envidiable, plena de disfrute.

La cámara de María Álvarez registró varios de estos encuentros por más de cuatro años y nos brinda pequeños retratos de cada uno de sus protagonistas, sin conocer tantos datos de su historia como sucedía en su trabajo anterior, con lo que el relato en general pierde fuerza dado que los lectores solamente tienen breves intervenciones, pequeños gestos o comentarios, y el verdadero protagonista es el magnífico texto de Proust en las voces de cada uno de ellos.

Obviamente que el texto es delicioso, profundo, intenso, un texto que se presta generosamente al análisis de cada uno de sus detalles. Pero cinematográficamente, que todo se centre casi exclusivamente en el registro de la lectura de cada párrafo, no genera el clima intimista que se había logrado en “Las Cinéphilas” ya que en ningún momento el texto deja de invadir la escena y por lo tanto, no nos permite  conocer ningún dado de la vida personal de estos devotos “fanáticos” lectores, exploración personal que era justamente la carta de triunfo y lo que hacía brillar la entrega anterior.

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