Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Marcelo Cafferata.

Después de dirigir con Agustín Toscano el film “Los dueños” (2013), Ezequiel Radusky presenta en el Festival, su primer película en solitario “Planta Permanente”, otra muestra del impacto del cine tucumano dentro de la producción nacional. 

Lo que inicia como una radiografía del mundo laboral actual –básicamente basado en las injusticias y en la voracidad con que se vulneran los derechos de los trabajadores-, que podría emparentarse en un primer momento con el cine de Laurent Cantet o con los conflictos y la ética en el ámbito laboral que plantea Sthèphane Brizé, se complica más todavía dado que estos vínculos laborales no se encuentran inscriptos en el marco de una empresa privada sino dentro del propio Estado.

Mientras que, justamente, el rol de Estado es el de sostener y apoyar criteriosamente un marco laboral que tenga como prioridad la justicia laboral y social, éticamente mucho más transparente que cualquier empresa privada, una de las líneas de trabajo de Radusky (junto a Diego Lerman colaborando en el guion) es precisamente demostrar que sucede todo lo contrario.

Un Estado que olvida estos precepto y, a cambio, se privilegian amiguismos, decisiones políticas, devoluciones de “favores”, dedocracia y el espíritu de manipular información, datos y recursos humanos sólo en función de poder mejorar las estadísticas o mostrar logros para la gestión aun cuando no sean los propios ni hayan sido los objetivos iniciales.

La historia se desarrollará en tiempos en donde asume una nueva funcionaria con grandes promesas de cambio dentro de un organismo del estado provincial: allí trabajan Lila y Marcela desde hace varios años como personal de limpieza, por lo que ya son consideradas como planta permanente y sostienen más allá de su vínculo como compañeras de trabajo, son amigas, son casi familia.

Apenes lleguen los bríos de la nueva gestión, la nueva directora en sus recorridas de reconocimiento dentro del edificio descubrirá que Lila y Marcela cocinan en un improvisado comedor dentro de la repartición y venden el almuerzo a sus compañeros de trabajo, generándose un ingreso extra  y beneficiando a sus compañeros con comida casera y más económica que en cualquier bar de la zona.

La primera pregunta que dispara la directora cuando sorprendida, conoce el lugar es: “…pero esto lo hacen en horario de trabajo?”, lo que ineludiblemente hace pensar que los vientos de cambio arrasarán con este irregular emprendimiento en un breve plazo.. 

Mientras Lila piensa en la estabilidad de su emprendimiento, Marcela solamente quiere que el contrato de su hija no sea dejado de lado con los vientos de cambio que propone la nueva dirección. Será justamente el problema con ese contrato de su hija, lo que genere una verdadera grita entre ambas, sacando a la luz recelos, rencores y algunas cuentas pendientes.

Grieta que se profundizará más aún cuando el comedor quede enteramente en manos de Lila –aunque como en toda gestión gubernamental acomodaticia y corrupta, seguramente sea por poco tiempo- y Marcela reaccione en consecuencia, doblando su propia apuesta.

Es el momento en el que Radusky deja de lado la primera parte del filme en donde se imponía una radiografía de la situación política de una nueva gestión, para adentrarse en un conflicto más personal entre las protagonistas, en donde se deja traslucir claramente esta guerra que se desata de “pobres contra pobres” a la que termina empujando y propiciando el propio sistema con decisiones que apuestan al enfrentamiento para seguir dividiendo y reinar, para seguir sacando provecho.

Como una fábula con una dolorosa moraleja, “Planta Permanente” plantea dramáticamente el avance de un Estado voraz sobre los recursos humanos que maneja a discreción, rompiendo e incumpliendo las propias reglas (de contratación, por ejemplo) que sí se les imponen a los particulares.

Un Estado, representado por funcionarios que, cuando les es conveniente, violan los derechos del trabajador utilizando contratos que el mismo Estado prohíbe pero que, cuando les representa un negocio lateral, no dudarán en utilizar todos los procedimientos burocráticos a su favor, para dejar afuera al más vulnerable.

Lamentablemente el retrato ficcional se parece demasiado a nuestra realidad, con un Estado que parece no poder aplicar un marco regulatorio sano, que no sabe de ética a la hora de la conducción y que sigue favoreciendo a que se instalen dentro de él, funcionarios que desarmando el negocio de Lila, arman el propio con la misma impunidad con la que quieren aplicar la dura letra de la ley.

Aún con algunos problemas en cuanto a las actuaciones (la Lila de Liliana Juárez –a quien vimos justamente en dos películas de la movida tucumana como “El Motoarrebatador” y “Los dueños”-  tiene momentos en que no logra resonar  tan espontánea y elaborada como la Marcela de Rosario Bléfari), “Planta Permanente” es una de esas películas que invitan a la reflexión, tan necesaria  en los tiempos que corren.

POR QUÉ SÍ:

“Planta Permanente plantea dramáticamente el avance de un Estado voraz sobre los recursos humanos que maneja a discreción, rompiendo e incumpliendo las propias reglas»

Compartir en: