
Por Marcelo Cafferata

Indudablemente es un documental para quienes hemos pasado y por lejos, la barrera de los 40 porque inteligentemente, el trabajo de investigación y recopilación de documentos y testimonios que hace Juan Carlos Dominguez en “ITALPARK”, apunta directamente a las emociones. A los tiempos de la infancia y de la adolescencia que de alguna manera todos añoramos, y a esa posibilidad de revivir por un rato, ese lugar mágico con el que uno vuelve a reencontrarse e inevitablemente aparece una inmediata sensación de felicidad.
Por fuera de los valores que “ITALPARK” pueda tener como documento cinematográfico, Dominguez cumple con su principal objetivo de atravesar toda la historia de los parques de diversiones en Buenos Aires (primero fue el Parque Japonés y luego el Parque del Retiro) hasta llegar a este lugar en pleno corazón de Buenos Aires, en el Barrio de Recoleta y muy cerca de Retiro donde los hermanos Zanón construyeron lo que se consolidó como un ícono cutural de la ciudad de Buenos Aires entre 1960 y 1990, que además llegó a ser en su momento, el más importante de Sudamérica.
Desde las clases obreras pudiendo participar de fines de semana en familia disfrutando de todas las instalaciones, hasta excursiones escolares donde todos los compañeros de grado disfrutaban juntos de todos los juegos, el documental también va acompañando la evolución de la clase trabajadora y la clase media argentina, siendo el Italpark el propio reflejo de la evolución de la sociedad a través de las décadas.
Los testimonios que recoge el documental van desde los más fanáticos, coleccionistas e historiadores del mítico parque de diversiones hasta los más simples y sentidos que surgen de los visitantes del parque, sus recuerdos, sus vivencias y sobre todo el volver a los recuerdos de la infancia que se esconden en cada uno de los juegos y al entramado familiar que despiertan cada uno de los momentos vividos en el Parque, que también están atravesados por una mirada infantil en donde entrar por la arcada de Avenida del Libertador y Callao era sentirse casa en las puertas de un Disney porteño.
Como símbolo de la cultura popular, no solamente era la salida más deseada y esperada de la familia (donde la mayoría de los testimonios coinciden que se planificaba con semanas de anticipación y era todo un evento familiar) sino que fue un símbolo que aparecía en noticieros, películas y programas de televisión de la época y fue marcando con cada una de sus novedades (la gran mayoría de los testimonios recuerdan al Corkscrew como uno de los eventos más imponentes o más cerca de los `90 los Laberintos del Terror como toda una innovación dentro de la concepción de entretenimiento dentro del Parque) algunos de los cambios de época que fue viviendo a medida que se fueron incorporando ciertos avances tecnológicos y juegos importados.
Desde el Dumbo con sus orejas voladoras, Super 8 volante, el Tren Fantasma, el Laberinto de Espejos, los Autos chocadores, el Samba (!), cada uno de los rincones tiene anécdotas diferentes que como espectadores rápidamente nos contactan ese espacio de infancia que es un territorio al que pocas veces accedemos tan directamente como sucede con “ITALPARK” donde parece que volvemos a vivir esos momentos tan grabados.
Como una crónica de una muerte anunciada, todos también sabemos cuál ha sido su final y en que se ha convertido hoy ese espacio (un espacio verde bellísimo pero donde se sigue extrañando esa magia que el documental recupera) que además ha tenido momentos de puja inmobiliaria y de problemas políticos alrededor de su explotación. Pero es absolutamente valioso recorrer con las filmaciones caseras, las fotos, los testimonios, los recuerdos que guardan cada uno de los coleccionistas cada una de los juegos con todos sus recovecos y sus anécdotas y revisitar ese espacio mágico que sigue tan atado a nuestra infancia y perdura como ese lugar de alegría absoluta al que da mucho placer volver, al menos sólo por este rato que dura el documental.