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Por Rolando Gallego

Agustín Mendilaharzu y Constanza Feldman son de los pocos directores que lograron capturar en imágenes el momento de paréntesis eterno impuesto por la pandemia sin caer en el lugar común de la cámara apuntando por la ventana.

En la inteligente decisión de reflejar la convivencia de una pareja, que además debe lidiar con los inconvenientes que la vieja vivienda les propone, mientras el alcohol en gel, la desinfección de víveres, los zooms eternos y la imposibilidad de tocar el cuerpo del otro, hay un conocimiento sobre la idea acerca de qué es posible contar frente a un mundo que niega su existencia.

Clementina (Feldman) es una angelada protagonista que transita sus días de encierro entre Miles de obligaciones y tareas, pero nunca pierde la posibilidad de jugar, soñar, desear y avanzar.

Sus acciones son acompasadas por un increíble trabajo sonoro que hiprrboliza, casi a nivel de cómic, cada uno de los movimientos de los personajes, los que, además, muestran una liberación de inhibiciones, justamente en un momento dónde todo estaba limitado.

Entre adornos, maderas, libros DVD’s, CD’s, verduras, y cortes de luz y agua, Clementina, siempre lista, compone y recompone, arregla y desarregla, sin casi espacio y tiempo para ella misma.

Pero cuando comienza a tomar partido e imponer su voz, aún sin decir nada, es en dónde esté cuento de fábula, con moraleja incluida, termina por ofrecernos una bocanada de aire fresco y alegría ante tanto cine parecido.

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