Por Rolando Gallego
Un ensayo de Víctor Cruz. Así se anuncia esta producción que pese a su corta duración permite reflexionar de una manera tan potente, sobre temas relacionados al cine y su consumo, como tal vez no lo haya hecho otra producción y cineasta local.
Generalmente en la prensa especializada, en redes y en papers académicos es en donde realizadorxs, autorxs, criticxs, periodistxs, pueden desplegar su pensamiento sobre determinadas cuestiones que atañen al quehacer cinematográfico, pero, en Después de Catán, Cruz dispara ideas sobre la conservación, el cine documental, la producción, la exhibición, que sirven para, en un momento crítico como el que se está viviendo en la cultura, apropiarnos de su pensamiento y desde allí producir cambios, o al menos intentarlo.
Imágenes de archivo, mediatizadas, trabajos anteriores, la revisión de su propia obra, le sirven al prolífico cineasta, la posibilidad para analizar el momento que el cine está atravesando, un universo complejo, que, además, posee ciertos personajes, que son siempre los mismos, oh casualidad.
Una de los momentos claves del relato es cuando revela el acoso recibido por parte de un coleccionador de materiales cinematográficos sobre un corto que tiene en su poder. Pese a la presión, Cruz toma una decisión. «Ese día dormí tranquilo», reflexiona.
«Para qué sirve una voz como la mía», se pregunta Cruz en un momento, y el espectador, automáticamente, responde «para abrirnos los ojos», porque en el continuar en una posición pasiva, mirando para el costado, el cine, el documental, el arte, la cultura, perderá la posibilidad de imaginar nuevos horizontes y espacios, pero, principalmente, autonomía y soberanía, la que, presionada por el «mercado», siempre, siempre, termina por generar un vacío en el que, voces tan valiosas como la de cruz, no tienen lugar.