Por Marcelo Cafferata
Finalizada su trilogía familiar (“Cuentos de Chacales” “El lugar de la desaparición” y “Los niños de Dios”), Martín Farina vuelve a explorar nuevas formas dentro del documental, abordando su primer trabajo sin diálogos.
“EL FULGOR” parte entonces de una propuesta atípica e inusual, incluso dentro del estilo y de la propia filmografía de Farina. Sumado a esta falta de presencia de lo verbal, hay una clara elección disruptiva en cuanto al cruce de conceptos, sonidos (abundan los ruidos de la naturaleza y voces que muchas veces se presentan fuera de campo) y temáticas, sin respetar ninguna estructura preconcebida, apelando a una completa libertad a través de sus imágenes.
La historia se mueve en dos planos: el campo y el carnaval. En una primera parte, la cámara irá registrando lo que suceda en las tareas agrícolas o ganaderas cotidianas, justamente esos días previos al carnaval. De la otra orilla del río también se irán haciendo presentes los sonidos y los preparativos de la fiesta más importante de la Ciudad, ritual que se repite año a año.
Hay una clara intención de diálogo con otros trabajos anteriores de Farina como la idea de lo campestre de “El hombre de Paso Piedra”, la mirada puesta en la fragmentación de los cuerpos masculinos de “Fullboy” y mucho más marcadamente con el último trabajo de Marco Berger “Gualeguaychú: el país del carnaval” para el que Farina (co)elaboró el guion, y que además comparte protagonistas con este trabajo.
Farina es un gran cineasta, dueño de una estética cuidada y de imágenes refinadas, pero en “EL FULGOR” vuelve sobre algunas de sus principales obsesiones y de lo que, junto con Berger, marcan un cine de autor, aunque en algunas secuencias, todo suena a reiteración más que a un vínculo con otras realizaciones (sobre todo en la última parte referida al Carnaval en donde no aporta ninguna mirada nueva sobre el trabajo que ya realizaron con Berger, con escenas casi calcadas).
En este caso, el mismo detalle con el que recorre los cuerpos masculinos y la desnudez que invita al espectador a participar de una manera voyeurista, lo aplica también a la figura del gaucho y de los caballos, que son otra fuerte marca de potencia y de masculinidad, en las que encuentra un particular espacio de poesía.
“EL FULGOR” se queda en lo exploratorio, en lo experimental y descansa en la fuerza de las imágenes, sin que aparezca su mirada innovadora, esa que en “Mujer Nómade”, por ejemplo, llevó su creatividad más allá de los límites generando una obra única.