Por Marcelo Cafferata
La historia abre con una escena donde vemos a dos padres entrevistándose con la directora del nuevo colegio de su hija. Frente a la pregunta del porqué de la elección, mientras la madre mira por la ventana con unos ojos celestes, transparentes y una mirada potente, cargada de expresividad, el padre se sincera y dice: “la verdad, se nos agotaron las instancias, presentamos la solicitud en diecisiete escuelas y ésta es la única escuela que nos aceptó.”
Emma es autista y así como cuesta encontrar una escolarización inclusiva para ella, el mundo claramente no se encuentra diseñado para contener las diferencias y las desigualdades. La solidaridad y el espíritu voluntario de algunas personas del pueblo, comienzan a ocupar el lugar de cobijo que debiera dar el Estado compensando esa la falta de respuesta y esa incertidumbre que angustia y entristece a una pareja luchando contra el sistema.
Esquivando inteligentemente cualquier dramatismo o la tentación del lugar común, Cappato construye poesía frente al desamparo, y logra con muy pocos diálogos y el potente ojo de su cámara, registrar “polaroids” de una familia en pleno proceso de cambio, aportando su mirada esperanzadora y luminosa.
Mara Bestelli, una bióloga que curiosamente se ocupa de investigar y observar el mundo de otra manera tras su microscopio, transmite todos los estados de ánimo con su sensibilidad a flor de piel, en un trabajo exquisito y perfecto. Sus miradas, sus silencios, sus expresiones casi imperceptibles en el fondo de un plano, aportan esa delicadeza con la que se desarrolla toda la historia, también apoyada en la excelente química con Pablo Seijo, encarnando a los papás de Emma. Transitar junto a los personajes este recorrido es una de las cosas más sencillas y más hermosas que nos propone esta edición del #11FICIC.