
Por Marcelo Cafferata

Presentada dentro de la Selección Oficial del Festival de Locarno, este segundo largometraje de Claudia Huaiquimilla (conocida por su ópera prima “Mala Junta”) es un potente alegato inspirado en un hecho real ocurrido en el Servicio Nacional de Menores de Puerto Montt en donde fallecieron diez menores bajo circunstancias inexplicables que motivaron un proceso judicial. Pero lamentablemente este no es un hecho aislado, dado que en el período 2005-2020, las víctimas fatales dentro de los proyectos de esta red (SENAME) alcanzaron a la suma de 1796 y pareciera que el aparato estatal chileno sigue dando la espalda.
En “MIS HERMANOS SUEÑAN DESPIERTOS” Huaquimilla detalla en forma pormenorizada y con un gran trabajo de diseño de arte, los pormenores que vive este grupo de adolescentes en el centro de reclusión de menores en donde permanentemente se hace presente la falta de libertad y la imposibilidad de modificar las elecciones.
Si bien su cámara se ocupa de definir espacios bien estrechos a fin de generar una sensación de represión y de ahogo, en ningún momento apela a los golpes bajos, sin por eso dejar de registrar con toda la crudeza y la realidad, lo que sucede con los personajes dentro de esas paredes, acompañándolos en la angustia y el agobio donde algún personaje incluso, logrará plantearse el sentido de seguir viviendo en ese encierro.
Con un estilo similar al de Maite Alberdi (“El Agente Topo” “Los Niños”) donde sin utilizar subrayados ni alegatos discursivos, se encuentra bien presente un cine con mirada y crítica social que interpela políticamente a un estado que parece no dar respuesta a este tipo de problemáticas que quedan destinadas a la marginalidad y el abandono.
Con excelentes trabajos de los adolescentes Iván Cáceres, César Herrera y Julia Lübbert (a quien vimos en “Rara”) se destaca la interpretación de la gran Paulina García (imposible olvidar su “Gloria” o su trabajo en “La novia del desierto”) como una docente que trabaja para sacarlos del marco de violencia institucional y el abandono a lo que los someten las propias familias.
La directora aún en medio de un relato duro y asfixiante, logra momentos de gran belleza sobre todo en las secuencias oníricas en donde los protagonistas pueden plantearse una realidad diferente: ese espacio que permite reflexionar sobre la posibilidad de una vida distinta para estos jóvenes que parecen no encontrar una salida más que quedar signados por el dolor y el desamparo.