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Por Marcelo Cafferata

Festivales: Crítica de “Undine”, de Christian Petzold (Competencia Oficial)  - #Berlinale - Otros Cines

Luego de los trabajos con su anterior musa, Nina Hoss, (como “Yella” “Jerichow” “Bárbara” y las más conocida comercialmente “Ave Fénix”), Christian Petzold deslumbró con “Transit», una historia de amor narrada en los tiempos de la Segunda Guerra Mundial en plena ocupación nazi en Francia, que gracias a su excelente puesta en escena, permitía una relectura con otras temáticas actuales como la de los refugiados en Europa, lo que entablaba un interesante diálogo entre pasado y presente, de forma poética y sin referencias explícitas.

La pareja protagónica de dicha película, Paula Beer y Franz Rogowski, vuelven a darse cita en el último trabajo del director “UNDINE” en donde Petzold retoma la presencia fantasmática de sus personajes como un fuerte hilo conductor de la historia, que además se encuentra sostenido por una historia de amor que bordea lo fantástico, el cuento de hadas moderno y lo mitológico.

Para poder trazar algunos paralelos es interesante tener en cuenta que para la mitología griega, las ondinas (justamente el Undine del título) son ninfas acuáticas de una belleza especial que suelen encontrarse en lagos, ríos, estanques o fuentes y que al igual que las Nereidas, son mitad mujer y mitad pez.

Claramente Petzold en su rigurosa puesta alude permanentemente a este mito: Undine se enamora de Christoph que es un buzo profesional, en su primer encuentro explota una pecera que los bañará por completo y a partir de allí quedará marcado que el agua será una protagonista más de la historia. A pesar de que todo podría indicar que el trabajo de Petzold, con sus aires de fábula contemporánea, puede tener demasiados puntos de contacto con “La forma del agua” de Guillermo del Toro, una estética mucho más seca aunque precisa y la forma narrativa de melodrama trágico y la oscuridad que rodea a su heroína, lo aparta rápidamente de la historia de amor edulcorada.

Por el contrario, Undine es esa ninfa que se vuelve humana para poder estar con el hombre al que ama, y esto le permite a Petzold desplegar otras múltiples lecturas como lo ha hecho siempre en sus trabajos anteriores. Por sobre la historia de amor entre lo terrenal y lo fantástico aparece la ciudad de Berlín –que literalmente significa lugar pantanoso y ha sido una ciudad construida sobre el agua- que se encuentra representada por las maquetas del museo donde Undine ejerce su trabajo como guía y cuya historia le explica día a día a todos los turistas que visitan el lugar. Subyacente a esa fría maqueta, a esa ciudad donde vive, también está el rio, como espacio en donde encuentra su verdadero ser aunque también su marcado destino.

Como otro de los tantos pliegues con los que se recubre la historia, podemos encontrar en Paula Beer (con una interpretación brillante que le valió el Oso de Plata a la mejor actriz en la Berlinale) y su Undine, a una mujer bella y fuerte, libre y con decisión, en plena sintonía con su sexualidad y su verdadero deseo. Un personaje que le permite a Petzold, aun en el tono de fábula, construir un personaje que represente el rol actual de la mujer en el mundo, un mirada empoderada, una mujer que no aceptará traiciones amorosas de parte de su pareja anterior, y se entregará a un amor profundo y con él, al juego amoroso, aun sabiendo que con su decisión quedará atrapada en su destino de dolor y de ese costado trágico que le impone la referencia mitológica.

Lo que en principio se presenta como una amarga narración de un desenlace amoroso inesperado, en donde Undine decide tomar fuertemente las riendas de la situación, luego se va perfilando hacia un relato con un trasfondo más filosófico sobre la entrega, el deseo y el precio que cada uno debe estar dispuesto a pagar si verdaderamente quiere fundirse en el verdadero amor y escuchar las propias pulsiones,  dejándose llevar y sin imponer sus imperativos categóricos.

Quizás el problema que debe enfrentar “UNDINDE” es ser el trabajo inmediatamente posterior a una “Transit” brillante e inovidable donde Petzold logró poner la vara demasiado alta.

Todo el talento de Paula Beer y la impactante química con Franz Rogowski son los puntos fuertes de este nuevo trabajo, a lo que se suma la perfección de sus rubros técnicos y un guion que permite diferentes atravesamientos de acuerdo a la inquietud con la que cada espectador desee encarar la historia.

Pero deja, sin embargo, una idea de que Petzold podría haber entregado un trabajo más profundo, más contundente y que, en el tránsito creativo, quedó como embelesado por este tono de fábula que le permite un trabajo correcto, intenso, bien construido pero algo lejos de la excelencia de algunos de sus filmes anteriores.

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