Por Rolando Gallego.
El cortometraje es un formato que permite, en algunas oportunidades, contar apasionantes historias que revisitan géneros y particularidades. En otros momentos, en la desesperación por aprovechar al máximo la brevedad se intensifican algunos estilos narrativos sin terminar de atender a la expresividad del medio, cercenando la posibilidad de construir historias sólidas.
El caso de Pinball (2019) de Nicanor Loreti (Kryptonita, Diablo) responde a la primera acepción, construyendo una tensa historia en la que valiéndose del fuera de campo, que en este caso, curiosamente está incluido en la escena, las peripecias de un secuestrador inexperto, terminará por construir un sórdido thriller en el que víctima y victimario se miden verbal y físicamente.
Diego Cremonesi y Demián Salomón, debaten la suerte de uno y otro en medio de un oscuro garage. Uno de ellos encerrado en el baúl de un viejo Dodge, exigirá la pronta salida del lugar en donde lo han confinado.
Loreti utiliza la cámara hábilmente para contextualizar la situación marcando con planos amplios el contorno de los personajes. A uno no lo vemos, sólo lo escuchamos, con palabras que expanden el conflicto principal de Pinball.
Este ejercicio de la brevedad, permiten avanzar en el conocimiento de Loreti como autor, un cinéfilo apasionado por los géneros populares, que se anima a apostar cada vez más por aquello que en la simpleza termina por configurar cierta complejidad, y que vuela en cada producción siguiendo sus instintos.
Coreográficamente nos vamos introduciendo en el duelo, la voz en off que se escucha de uno de los personajes implosiona en la diégesis impulsando la progresión narrativa con un tempo vertiginoso y precipitado.
La paleta de colores escogida, con tonos fríos, se suma a una cuidada fotografía que refuerza su pertenencia al género, el que ofrece para los intérpretes, además, un estilizado y a la vez rústico panorama acerca de sus roles dentro de un mecanismo de relojería que nunca subraya sus hilos.