Por Gretel Suárez
El juego del calamar es una serie original de Netflix de producción surcoreana, dirigida por Hwang Dong-hyuk, quien la escribió en 2008, inspirándose en comics japoneses como “Battle Royale”, “As the Gods Will” o “Alice in Borderland” pero que hasta el momento nadie había aceptado financiársela.
Hoy es furor en redes, cuenta con 1 temporada de 9 capítulos y con un final abierto que denota una posible segunda temporada, que según dicen (las buenas lenguas) se concrete a a fines de 2022 o en 2023; sólo espero que no tarde tanto como la II de “Alice in Borderland” de Shinsuke Sato que supuestamente será el próximo año (?).
Bueno ¿De qué va? El spoiler sobre esta serie está tan a la orden del día que voy a introducirles en la historia tratando de no revelar casi nada para que como espectadores transiten limpiamente sin tener quemados los mejores cartuchos de la misma, sobre todo del primer capítulo, pues si les saco la cachetada inicial, base esencial para comprender la crítica social que se irá construyendo detrás del divertimento sádico, les estaré negando el verdadero placer detrás de la barbarie.
A grandes rasgos, El juego del calamar, o Squid game en inglés, debe su nombre a un popular juego infantil de los años 70 y narra, principalmente, las historias familiares de un grupe de personas, que en su mayoría no se conocen entre sí, pero que representan a un sector de la sociedad de bajos recursos en Corea.
El director irá haciéndonos foco en las decisiones drásticas que cada unx de les personajes deberán tomar a lo largo del relato teniendo en cuenta el costo que les implica a ellxs subsistir diariamente; mostrándonos así sus vidas dentro y fuera del juego para generarnos empatía, fundamentos y, principalmente, dolor tras la pérdida de esas vidas. Pues no hay sadismo sin dolor. Sin embargo, también nos brinda un pantallazo, menos profundo, sobre el otro extremo de la sociedad compuesto por multimillonarios “aburridos”, según palabras del mismo autor, quienes sin duda alguna ocupan el rol de antagonistas en esta historia y que no nos despertarán (lamentablemente) interés alguno.
A mi entender unos de los puntos débiles del guion es este, pues si se hubiera trabajado capas más profundas sobre estxs personajes no nos quedaríamos descansando en estereotipos que sólo están ahí en función del relato del sádico. También hay una subtrama con un detective que investiga una desaparición pero es muy tibia, dejando varios cabos sueltos y tampoco sostiene a la trama principal.
Sin embargo, y a pesar de que muchos puntos de giros se anticipan, hay un plot twist en el final que nos dejará pensando sobre el preconcepto que solemos arrastrar del término vejez como sinónimo de misericordia.
¿Cómo acceden al juego? Claramente mediante un engaño a través de manipulaciones facilitado por la necesidad y urgencia de estas personas de conseguir dinero que les mejore la vida mágicamente. Pero ¿qué pasa una vez dentro y presentes en la realidad de la “letra chica”? la falsa moral, la avaricia, la emergencia, las responsabilidades con otrxs y la vida dura que conllevan en el “mundo real” irán arrastrándolxs a un sin fin de sin retornos, pues el que gane todos los juegos podrá llevarse a su casa hasta 45.600 millones de wones (casi 4 millones de pesos argentinos).
Este dinero irá siendo depositado día a día, a medida que se avanza en las pruebas, dentro de un chanchito gigante de acrílico que cuelga iluminado del techo de la habitación en la que todas las noches duermen les competidores, de esta manera el acceso a una mejor calidad de vida está tan cerca que nadie quiere retirarse sin pelear.
Por momentos, me resultó imposible no hilar la historia con el mítico film “El experimento”, pues ese enfrentamiento entre pares donde los límites de la humanidad parecen borrarse drásticamente, está a la orden del día (y de la noche). Amotinamientos, traiciones, desconfianzas, alianzas… todo lo que el experimento psicológico y social despierta; y también aparece, como en el film, un ojo que los vigila y manipula, tanto a lxs participantes como a lxs “soldados”; si voy más allá diría que es una especie del Panóptico de Foucault… algo no muy distante de la sociedad actual en la que vivimos ¿no? Para reflexionar un poquito.
En concordancia a los juegos infantiles, el arte y la fotografía de la serie persiguen una fotogenia que hace aun todo más siniestro, pues la belleza y sus colores, sobre todo el verde de la inocencia y el rojo de la violencia, irán enmarcando la simbología de las castas por excelencia. Lo mismo sucede con la música, la cual está asentada en reconocidas canciones infantiles coreanas, las que, mezcladas con los llantos y gritos desgarradores de les personajes, perturbaran sin más esfuerzo que el contrapunto.
Si bien la serie finaliza su temporada dándonos algunos indicios sobre que la segunda se tratará principalmente de una venganza, detalle remarcado en el color del cabello de unx de sus protagonistas, se presta a confusión dilucidar si irá por el bando de “lxs participantes o de lxs apostadores”… ya me dirán Uds!
Por qué si?
Es principalmente una cruda mirada sobre el paso de la infancia a la adultez; donde nos infunde a través del metarelato del juego una fuerte crítica en torno a las desigualdades socioeconómicas que conllevan a que el propio sistema no sea justo para la mayoría de nosotrxs, donde al saberse igualmente se sigue retroalimentando esa toxicidad de poder, donde se generan diferencias de oportunidades, donde se naturaliza la cultura del abuso y la explotación de les pares y se fomenta la competencia desmedida como único camino al éxito sin importarnos nada más que la meta individual.