Por Marcelo Cafferata.
Sólo para mencionar algunos de los retratos de músicos que trajo el cine recientemente, podemos indicar las exitosas “Rapsodia Bohemia” sobre la vida de Freddy Mercury y la más arriesgada “Rocketman”, una particular combinación de la faceta artística y el mundo privado de Elton John. Pero también aparecen miradas documentales como el propio retrato de Beyoncé en “Homecoming” o el “Quincy” de Rashida Jones que van dando forma a la figura del artista y su carrera dentro del mundo de la música, recordando sus grandes éxitos.
La cinematografía nacional no ha sido la excepción y podemos destacar dos filmes de Lorena Muñoz en donde se ha abordado la historia de dos cantantes de una popularidad arrolladora como en “El Potro” –sobre Rodrigo, ídolo indiscutible e inigualable del cuartero cordobés- y “Gilda, no me arrepiento de este amor”, retrato de la cantante y compositora que fue ícono popular de la cumbia y la música tropical, también signada por un destino trágico.
Justamente quien había dado vida en la pantalla grande a la magnética figura de Gilda, fue Natalia Oreiro, ahora convertida en la protagonista del documental “NASHA NATASHA”, sobre su propia carrera artística, el que fuera presentado en el 42º Festival Internacional de Moscú en 2016, y que ahora se encuentra disponible en la pantalla de Netflix, recuperado como estreno dentro de su plataforma, con plena vigencia, para beneplácito de todos sus fans y para descubrir un costado de la estrella, no por todos conocido.
La cámara itinerante de Martin Sastre recorre miles de kilómetros acompañando a Oreiro durante una particular gira que la transporta no solamente a Rusia (Moscú, San Petersburgo), sino a Moldavia, Bielorrusia y atraviesa toda la estepa a bordo del Transiberiano, pasando por ciudades de impronunciables nombres como Krasnodar, Krasnoyarsk, Novosibirsk, con la constante de un paisaje completamente nevado y un frío de varios grados bajo cero que contrastan con el enorme calor de los fans con el que Natalia Oreiro es recibida en cada uno de esos rincones, como una absoluta celebridad, un ícono rioplatense que inclusive, ellos sienten como propio.
Para todos sus seguidores, Oreiro es el símbolo y sinónimo de Argentina: más que Perón, más que Evita, incluso más que Maradona o Messi. Sus seguidores la conocen no solamente por sus canciones, sino fundamentalmente por sus éxitos televisivos, sus novelas que fueron un rotundo éxito en la década de los ´90 y marcaron a fuego a su público. Primero fue “Ricos y Famosos” pero el impactante recuerdo que sigue presente en su público es la inolvidable “Cholito”, su personaje de “Muñeca Brava” que había impactado a las mujeres que veían la tira (por su fuerte personalidad, una mujer segura de sí misma, “de armas tomar”, que escapaba fuertemente a cualquier arquetipo de la heroína de novela clásica) quien más tarde la vieron en “Kachorra”, ya comenzado el nuevo milenio.
Si bien el documental recorre la historia familiar a través del testimonio de sus padres y de su hermana, grabaciones caseras, fotos, su fiesta de quince, recuerdos de su infancia en Montevideo y los inicios de su carrera con un revolucionario spot publicitario y luego se completa con algunos hechos más recientes como su casamiento con Ricardo Mollo casi en secreto en un barco en Brasil, o algunos apuntes sobre su maternidad, el núcleo central no es particularmente la historia personal o el recorrido de la carrera de la actriz / modelo/ empresaria / cantante.
La fuerza de “NASHA NATASHA” radica en el amor que Oreiro mantuvo con su público a lo largo de más de veinte años, que sigue intacto y que puede sentirse en cada uno de los testimonios de sus fans y seguidoras incondicionales, muchas de ellas hablando un perfecto castellano –más precisamente hablan un perfecto porteño, que incluso ha provocado que sus profesores de castellano se los señalasen como error-, quienes a partir de escuchar a Natalia en las novelas han sentido esa necesidad de hablar el mismo idioma.
Es emocionante ver como en puntos tan distantes su público corea a la perfección cualquiera de sus grandes éxitos. Con más de siete millones de discos vendidos en todo el mundo, Natalia les entrega todo en cada show –con esa meticulosidad y rigurosidad, con esa mirada perfeccionista y profesional que le imprime Oreiro a cada cuadro desde el sonido, el vestuario, y la puesta- y al son de “Me muero de amor”, “Tu veneno”, “Cuesta arriba, cuesta abajo” o “Que digan lo que quieran”, su público le devuelve una oleada de pasión, de afecto, que queda grabado a través de cada registro de la cámara de Sastre y se convierte en una perfecta fusión entre público y artista, entre ídolo popular y espectadores, que muy pocos han podido lograr.
Oreiro reflexiona y se pregunta a qué obedece todo este fenómeno que se genera (y por suerte encuentra una hermosa respuesta que no conviene develar porque es justamente uno de los puntos claves del documental) pero es innegable que más allá de cualquier conclusión que se pueda sacar, ella tiene un carisma arrollador, una simpleza y una naturalidad, un rigor profesional y una presencia hechizante que ha mantenido vivo ese lazo con su público, que se mantiene presente y se manifiesta en cada ramos de flores, en cada regalo, en cada abrazo, en cada pedido de selfie o en cada autógrafo.
Ese vínculo indisoluble en el que justamente “NASHA NATASHA” hace foco y acierta, permite mostrar la intimidad de ese amor incondicional que, para todo su público, la ha transformado a Natalia Oreiro, indiscutiblemente, en “Nuestra Natasha”.
POR QUE SI:
«La fuerza de “NASHA NATASHA” radica en el amor que Oreiro mantuvo con su público a lo largo de más de veinte años»