Por Marcelo Cafferata
Basado en el libro “Hembras: Vivir y morir en un país de machos” de Carlos Sanzol, se presenta en una producción de TNT con Flow “CRIS MIRÓ (ELLA)” que durante ocho capítulos recorre la trayectoria de esta vedette que en épocas difíciles como fue la dictadura militar, supo marcar una diferencia e ingresó de forma vanguardista e transgresora en el mundo del espectáculo, marcando el camino de una libertad sexual que por aquellos momentos no estaba en boca de todos y marcó tendencias con la identidad de género.
El guion de Martín Vatenberg (también director de algunos capítulos junto a Javier Van de Couter) y Lucas Bianchini, se aleja de la narración típica en el formato de biopic más clásica y, tomando algunos elementos similares a los que hemos visto en “Coppola: el representante” de Ariel Winograd, dedican cada capítulo a un hecho sobresaliente de la biografía de Cris. Así visitaremos momentos tan icónicos como su audaz audición para la nueva revista del Maipo frente a Lino Patalano por la que abandona definitivamente su carrera como odontólogo, su debut y su rivalidad con alguna compañera de elenco que vio desplazado su lugar, su primera temporada en Mar del Plata, el inicio de su enfermedad, los vínculos familiares (entre ellos, el fallecimiento de su padre), algunos ligados con la lucha por el respeto a la diversidad –como cuando levantan los edictos policiales-, su decisión de operarse y cerrando con un gran desfile festejando sus diez años de carrera.
Desde los inicios de su carrera en boliches claves de la cultura gay en donde comenzó a hacer sus primeros pasos en los escenarios con playback de canciones de las divas del pop y un impactante homenaje a Rita Hayworth con el que justamente es descubierta por quien luego finalmente sería su amigo y manager (una brillante composición de Marcos Montes en la piel de Juanito Belmonte) hasta su éxito rotundo en la nueva revista que piensa Patalano para volver a poner el Maipo en el centro de la escena porteña, con un espectáculo pensado de una forma revolucionaria, en el que justamente Cris Miro puso su toque exótico e impactante que la cartelera necesitaba acompañada por las coreografías de Ricky Pashkus y de Oscar Araiz y el vestuario de la genial Renata Schussheim junto con la inefable colaboración de Jean François Casanovas.
La fama llegó rápidamente y comenzó a aparecer en las tapas de revistas más populares de la época y en sus páginas centrales, además de llegar a participar de uno de los livings más famosos de la televisión argentina, en el show de Susana Giménez. Su vida dio un vuelco y cambió para siempre, tanto desde su intimidad y dentro del entorno familiar (donde después de tensiones y rivalidades logra recomponer el vínculo con su madre, otro gran trabajo de Katja Alemann con su gran belleza natural en pantalla) como dentro del mundo artístico donde causó un gran impacto y comenzó rápidamente a ser el centro del interés de la prensa y los programas de espectáculos –incluido ciertos programas de tintes amarillistas- que comenzaron a perseguirla y montar guardia en su casa y en los sanatorios donde estuvo internada, para obtener información con lujo de detalles de todo lo que le estaba ocurriendo.
Luego vinieron las comedias de Sofovich y las temporadas teatrales rompiendo una vez más el esquema conservador de la época en donde una persona trans no hubiese tenido el espacio que logró obtener Cris velozmente. Y aun cuando su corta carrera se vio truncada por un proceso de enfermedad de complejo tratamiento en aquel momento, con su posterior fallecimiento en Junio de 1999, logró dejar una huella dentro del mundo del espectáculo y precisamente “CRIS MIRÓ (ELLA)” rinde este justo homenaje que permite dimensionar el significado de su trayectoria en un momento donde ninguna persona trans había llegado a visibilizarse de esa manera (de hecho era presentada como transformista en mucho de los programas televisivos).
La puesta de Vatenberg y Van de Couter tiene una sólida apoyatura de los rubros técnicos y logra un interesante efecto en las filmaciones que simulan ser de esa época (inclusive jugando por momentos a que pueda alcanzar un registro documental) y en la reconstrucción de época con una calle Corrientes bastante diferente a la que conocemos hoy en día y la potencia de su trabajo también se consolida en el rubro actoral donde no sólo la protagonista sino también el equipo de secundarios es de primer nivel.
Mina Serrano impacta y sorprende por su parecido físico además de imponer su presencia magnética para el de Cris Miró, logrando traer a la serie toda su esencia y su particular figura. Sus padres están a cargo de César Bordón y la ya mencionada Alemann, Agustín Aristarán sorprende positivamente en un rol diferente al que realiza frecuentemente como el hermano comprensivo de Cris y Marcos Montes brilla como su manager. Vico D’ Alessandro se muestra sólido como la pareja de Cris y la participación de Alejandro Tantanian en la piel de Lino Catalano, permite además un doble juego dentro del mundo del espectáculo. El elenco se completa con Adabel Guerrero, Campi, Manu Fanego (en un rol que también le permite atravesar diferentes tonos) y Francisco Bertín como el periodista que persigue el objetivo de develar la verdad de lo que ocurre con su enfermedad.
Una especial mención a la participación de Payuca y su aparición en el camarín de Cris como una referencia obligada de aquella Jessica Lange en “All that Jazz”, otro guiño cinéfilo entre los tantos que plantean los autores –en donde suman una interesante lectura del maquillaje como forma de disimular e impostar una realidad-, incluyendo una reunión de despedida muy burtoniana en donde se dan cita en el boliche todos quienes conocieron a Cris a lo largo de su corta vida para darle ese fuerte aplauso al final de su desfile por los diez años de trayectoria, que, entre bastidores, marcó el inicio de su final.