Por Gretel Suárez
Mamoru Hosoda, director de cine y animador japonés, creador de La chica que saltaba a través del tiempo (2006), Los niños lobos (2012), El niño y la bestia (2015) y Mirai: Mi pequeña hermana (2018), estrenó en argentina Belle (El dragón y la princesa con pecas) una alegoría sobre la metamorfosis adolescente.
La película da su inicio con una voz en off que nos ofrece la Bienvenida al mundo U; una App style comunidad virtual (red social) la cual acusa tener más de 5 billones de usuarios registrados. Su slogan reza “no puedes empezar de nuevo en la realidad pero puedes empezar de nuevo en U” y te invita a crear tu propio usuario (AS), denotando que ese avatar nacerá automáticamente de tu información biométrica; y cierra “U es otra realidad, AS es otro tú”. De repente, se produce un corte directo a una adolescente que está recostada en su cama boca abajo y que en una de sus manos sostiene un celular al cual observa apesadumbrada mientras pareciera padecer su propia existencia.
Resulta que Suzu Naito de 17 años (cuya voz en japonés hace Kaho Nakamura) es una estudiante de secundaria, hija única, quien perdió a su madre en un accidente a temprana edad y vive con su padre en el campo de Kochi. Ella pareciera tener dificultades para conectarse socialmente, no sólo con su papá sino en general, desde la ausencia repentina de su madre. Ese dolor devenido en depresión adolescente le impide a Suzu poder desarrollar lo que más ama, cantar. Pero un día Suzu, ayudada por su gran amiga Hiroka (Rina Izuta) la cual es una genio de las computadoras, le insistirá para que se una a la App U y crearan juntas a Belle, una avatar dotada de una imagen bien hegemónica símil Idol, la cual dentro de ese metaverso se convertirá en la cantante de mayor influencia, muy al contrario del universo “real” al que la protagonista habita.
La historia se va desarrollando ininterrumpidamente dentro de esos dos mundos paralelos en donde las personas se preguntarán quién es Belle mientras la idolatran. Suzu, sucumbida por el miedo a “ser vista”, prefiere no contarle a nadie que ella sea dicha influencer. Un día, en uno de sus recitales virtuales, Belle se topará con el villano del metaverso, conocido como el Dragón (o la Bestia), que pareciera ser perseguido por una especie de fuerza policial.
En esta etapa de la película no es difícil ver un paralelismo a los efectos nocivos que provoca en las personas el bullying, el ciberodio, el abuso de violencia en las infancias, la manipulación y uso de fake news, y la angustia adolescente. Pero a la vez construye una metáfora de refugio (del bien) en el que pone al metaverso como lugar de encuentro para el alivio y la transformación de tantas personas que necesitan desconectar con la realidad en la que viven, e incluso buscar ayuda.
Podríamos decir que Belle es un drama familiar, por momentos musical, que consigue alinearse al cuento de hadas de La Bella y la Bestia, pero donde el romance recae (sabiamente) en el noble compromiso de la amistad. Y si bien nos va dibujando una sutil alegoría social, me dio la sensación de que aun se sigue perpetuando al mundo binario y pueda que esa mirada ya no represente a las generaciones que hoy espectan.
¿Por qué si?
Porque es un mágico viaje de aprendizaje, indagación, empoderamiento y aceptación al que muchxs adolescentes les tocará atravesar para poder reconocerse a sí mismxs entre tantas influencias del “deber ser”.