Por Marcelo Cafferata
El realizador Edgardo Castro –a quien el 10º FICIC dedica una sección a su retrospectiva- cierra su trilogía de la soledad (despúes de “La Noche” y “Familia”) con “LAS RANAS”, un relato en el que se vuelve a presentar un límite difuso entre ficción y documental que potencia mucho más la historia.
En el centro aparece Barby, vendedora ambulante, madre de una hija pequeña que vive en el conurbano. La cámara la sigue tanto en su derrotero cotidiano durante el día, intentando cerrar una venta en plena calle, o haciendo una parada para comer algo a mitad de jornada, como en el vínculo con su hija cuando vuelve a casa una vez finalizado el día de trabajo.
El padre de su hija está preso en el penal de Sierra Chica y en este momento, Castro nos introduce en un código y en un ritual para muchos espectadores, completamente desconocido. La revisión reglamentaria al ingreso de la cárcel y esa espera para el encuentro íntimo se va plasmando con una extrema honestidad donde el registro documental parece ser preponderante hasta que alguna otra escena nos hace pensar que volvemos a la ficción. Justamente en ese juego de un límite indefinido y desdibujado, es donde radica la mirada de Castro como autor, con su propio lenguaje.
La reiteración de los encuentros, la multiplicación de esa ceremonia que se va presentando con algunas diferencias, nos va introduciendo naturalmente en un territorio inusual dentro del cine –o al menos inusual con este abordaje- con los encuentros sexuales y otros momentos de intimidad y de desnudez, retratados de una manera audaz, aunque jamás se sienta intrusiva o abusiva, aún en sus situaciones más crudas.