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Por Marcelo Cafferata

Florian Zeller es una de las plumas más destacadas del teatro francés contemporáneo con éxitos en el terreno de la comedia (“Sin Filtro” “La Verdad”) pero sobre todo en la trilogía dramática de gran suceso en Francia que se fue extendiendo al resto del mundo con “La Madre”, “El Padre” (con versión teatral local con Pepe Soriano y Carola Reyna y la versión cinematográfica con Anthony Hopkins y Olivia Colman) y “EL HIJO”, obra en la que se basa su último film, donde no solamente se presenta como guionista sino también detrás de las cámaras.

Si bien podríamos reprochar una duración un tanto prolongada o una estructura narrativa demasiado clásica (sobre todo comparada con ciertas disrupciones que dieron tan buen resultado en “El Padre”), el talento de Zeller hace que la historia se cuente de forma tal que la película se vea con un nudo en el corazón.

Peter (Hugh Jackman) es un exitoso hombre de negocios con algunas intenciones de entrar a la política, disfrutando de su reciente paternidad dado que acaban de tener un bebé junto a su segunda esposa Emma (Vanessa Kirby). Pero ese delicado equilibrio se ve completamente alterado cuando la ex esposa de Peter, Kate (Laura Dern) aparezca intempestivamente en su departamento buscando ayuda para su hijo Nicholas (Zen McGrath) que está atravesando por una fuerte crisis. Padre e hijo, además, tienen algunas cuentas pendientes: Nicholas acusa a su padre de haber roto la familia para formar otro hogar con su nueva pareja, situación que colateralmente lo ha afectado viendo desmoronarse a su madre frente a esa ruptura y la distancia que ese divorcio impuso en la relación entre ellos.

Saltando algunos lugares comunes (que de todos modos no puede evitar en algunas escenas), Zeller expone la tensión de los lazos filiales que se agravan más aún con el atravesamiento de un desequilibrio mental que invade a su hijo en el presente, para el que necesitarán buscar ayuda en forma urgente. No sólo ha abandonado completamente sus estudios sino que además lo atraviesan pensamientos oscuros sobre el sinsentido de la vida y una necesidad de autoflagelarse produciéndose él mismo ciertas lastimaduras que alertan la necesidad de un tratamiento.

Más allá de la manera en que esto impacta en su nuevo esquema familiar, la aparición de Nicholas hace que vuelvan a salir a la luz diversos temas que Zeller explora en carne viva: la culpa, las deudas del pasado, las decisiones y sus consecuencias, el remordimiento, el abandono. Dialoga inclusive con su filme anterior no solamente con la aparición del propio Hopkins que puede servir de puente entre las dos obras, sino también con la alienación que significa para el esquema familiar en crisis, que uno de sus miembros atravesé problemas de salud mental, que difícilmente los otros pueden sostener.

La aparición de Hopkins permite además establecer un interesante juego de espejos en donde el personaje de Hugh Hackman, en conflicto con su propio modelo de paternidad, vuelve al lugar de hijo (reclamando en algún punto lo mismo que su hijo reclama respecto del abandono y el desamor para con su propia madre) y sufre una vez más la crueldad de su padre, su frialdad y su desapego, lo que le permitirá dar una nueva lectura de ese vínculo e intentar tomar nuevas decisiones con su hijo.

Aun con toda la inteligencia de Zeller el guion suena, por momentos, algo ambicioso, pero aún con sus irregularidades logra momentos de alto impacto gracias a una excelente combinación de las escenas que el texto propone con interpretaciones de alto nivel. Hugh Hackman logra perfectamente todos los quiebres por los que pasa Peter, con una gran convicción para los momentos más dramáticos que tienen una fuerte impronta teatral, muy bien resuelta. Laura Dern demuestra una vez más una gran ductilidad y puede transmitir esa desesperación como madre de sentir el peligro pero no saber cómo resolver la situación frente al desborde.

Por su parte Zen Mc Grath como Nicholas tiene momentos en que la construcción de su personaje es particularmente afectada que puede desentonar con el tono completamente naturalista que recorre al film, y logra aprovechar los grandes contrapuntos con Hackman aunque no logra total convicción en las escenas más complejas, donde parece no poder manejar ciertos matices. Dentro de los secundarios, Hugh Quarshie es la sorpresa en su rol del psiquiatra que atiende a Nicholas en uno de sus momentos más duros frente a una internación y siempre es un deleite ver a Anthony Hopkins en la pantalla que, con sólo un par de secuencias, logra destacarse.

Lo que en “El padre” era narrado dese el punto de vista de la hija y del atravesamiento doloroso de esa etapa, aquí en “EL HIJO” como gran paradoja, está fuertemente anclado en el punto de vista del padre, en el que el dramaturgo se apoya para volver a plantear personajes sumamente humanos, plagados de contradicciones, dudas, miedos y fragilidad. Su texto tiene una lucidez y una fuerza sumamente atractivas (aun en su falta de síntesis y con algunos arquetipos de tira televisiva) e incluso, sobre el tramo final se permite una vuelta de tuerca mediante un artificio que Zeller maneja hábilmente.

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