
Por Marcelo Cafferata

Desde Konrad Lorenz hasta Jacques Cousteau hay muchos científicos que han dedicado su vida al estudio del comportamiento animal. El cine ha recogido muchos de estos trabajos –traspasando el mero formato televisivo- y comenzó a imponerse la vida animal en pantalla ya desde 1960 con el documental ganador del Oscar “Serengeti shall not die” y el inolvidable “El paraíso viviente” de 1974, un producto “revolucionario” para la época.
El documentalista sudafricano Craig Foster vuelve al buceo, una actividad que había eventualmente abandonado y en su paseo por el fondo del mar, descubre la figura de un pulpo (una hembra de pulpo, para ser más exactos), camuflado de una forma tan deslumbrante que no sólo capta su atención sino que a los efectos de la narración cinematográfica, es la mejor carta de presentación de un personaje absolutamente asombroso que compartirá con él, la totalidad del documental.
Seremos testigos del vínculo que se va formando entre ellos, una especie de seducción, acercamiento y cortejo para una historia de amistad infrecuente que será registrada con un impactante trabajo de fotografía a cargo del propio Craig Foster con Roger Horrocks que cautiva completamente al espectador y nos sumerge –con un impecable y eficiente uso de los avances tecnológicos- en un mundo pleno de colores y texturas además de permitirnos ver, al detalle, la vida en el espacio submarino en sus diferentes formas.
Si bien por momentos el guion apela a alguna “manipulación emocional” y le da un espacio preponderante a Foster y su historia personal, es tan soberbio y maravilloso lo que muestra sobre el mundo bajo el mar y la naturaleza tan exultante, que quedamos completamente subyugados del encanto visual y seguramente dejaremos pasar algunas imperfecciones dentro del armado de la historia o algunas analogías que, por momentos, aparecen algo forzadas.
Nominaciones: Mejor Documental