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Por Marcelo Cafferata

Liam Neeson explora una vez más la pérdida de un ser querido a través de sus diferentes personajes, una marca que se ha vuelto recursiva en toda su filmografía y que remite directamente a su historia personal, con la prematura muerte de su esposa Natasha Richardson en 2009.

En “UNA VILLA EN LA TOSCANA” -caprichosa traducción del título original “Made in Italy” que puede remitir “tramposamente” a otros títulos en donde se muestra a los paisajes de esa zona de Italia en todo su esplendor y que ha sido el centro neurálgico de tantas historias románticas-, Neeson  se pone en la piel de Robert, un bohemio artista plástico londinense que ha quedado viudo luego del accidente automovilístico de su esposa, momento traumático en el que ha perdido conexión con su capacidad creativa y que también ha sido un punto de inflexión en el vínculo con su hijo, hoy completamente desgastado.

Jack (interpretado por Micheál Richardson, hijo en la ficción y en la vida real, dato que aporta un plus para el lazo que se refleja en la pantalla) está en pleno trámite de divorcio y tendrá la necesidad de recurrir a la herencia de esa casa en Toscana para poder venderla y comprar, con esos fondos, la galería de arte que regentean con su (ex) esposa.

El hecho de volver a aquella casa en la Toscana, será un viaje introspectivo y movilizador, una excusa perfecta para que Robert y Jack, además de revisar lo que ha pasado con sus vidas a partir de la pérdida de su esposa/madre, puedan comenzar a trabajar en el propio vínculo padre-hijo, a medida que se van ocupando de las restauraciones y reformas que la casa necesita por las claras señales de abandono que presenta.

El director James D’Arcy, que tiene una interesante trayectoria en cine, teatro y televisión y que en esta ocasión se pone por primera vez detrás de las cámaras, elige transitar por los recorridos ya conocidos. Apuesta a la química que tienen los protagonistas en pantalla y deja fluir la historia por lo carriles más convencionales, aportando una cuota de corrección en todo momento, entendiendo que no es un guion como para poder prometer ningún tipo de innovaciones.

Por lo tanto “UNA VILLA EN LA TOSCANA” no pierde en ningún momento su identidad, elaborada en base a algunas recetas del género ya predeterminadas y que cualquier espectador ya podrá ver el devenir de los personajes desde las primeras escenas y brinda lo que promete desde el inicio. D’Arcy se apoya inteligentemente en Neeson y Richardson además de una participación de Lindsay Duncan como la agente inmobiliara, una actriz que sabe sacar provecho de sus papeles secundarios.

En la historia hay lugar para el romance, las historias familiares, saldar algunas cuentas pendientes de cara al futuro y trabajar el proceso de revinculación con la familia y mismo con la propia sociedad y el mundo del trabajo después de un momento de duelo y de revisión interna.

Siempre es atractivo poder ver los paisajes de la Toscana, aunque en este caso no sea un protagonista excluyente, y justamente en este punto, el trabajo de fotografía sabe aprovechar las locaciones y permitirnos hacer ese pequeño viaje a la villa que propone el título.

De todos modos, “UNA VILLA EN LA TOSCANA” con su simpleza narrativa y su estructura bastante previsible, se acerca mucho más a un producto de las tantas plataformas que existen actualmente, sin poder generar una verdadera diferencia como producto cinematográfico. De todos modos, su factura correcta y el placer de ver a Nesson en pantalla pueden ser dos justas razones para acercarse a este estreno de la semana y disfrutarlo en pantalla grande.

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