Por Marcelo Cafferata
La nueva producción argentina de Netflix “MATRIMILLAS” es un claro producto diseñado para este tipo de plataformas de streaming, con una buena producción, actuaciones sólidas, una receta que entretiene… pero se suma a una larga lista de productos superficiales en manos de directores que podrían haber dado mucho más.
El guion de Gabriel Korenfeld (“Permitidos” “Ecos de un crimen”) arranca con el día en que Belén (Luisana Lopilato) y Fede (Juan Minujin) se conocen, cuando él le arranca literalmente la puerta de su automóvil como gran sorpresa navideña. Años después, convivencia y dos hijos mediante, la rutina fue haciendo lo suyo y la vida de pareja enfrenta nuevamente un periodo de crisis donde se los ve más felices por caminos separados que juntos: ella diseñando nuevos diseños para su emprendimiento de juguetes artesanales y soñando un viaje con su amiga a la India para la iluminación garantizada y él contando los días para irse con los amigos a una competencia de cocina amateur en Cancún.
Obviamente que además de ser proyectos en donde el otro no está incluido, la propia crisis hace que tampoco sean sueños compartidos: nunca pueden encontrar el momento para poder expresar abiertamente lo que cada uno quiere hacer, sintiéndose bastante presos de un esquema donde su libertad queda recortada y donde desapareció la sinceridad.
Cenando con la hermana de Belén y su marido (Carla Pandolfi y Javier Pedersoli en una pequeña pero jugosa participación) ven un profundo cambio en ellos: se miman, hay tensión sexual, desapareció el malhumor y las incomodidades, son otros. Deciden ayudarlos y compartirles el secreto: “Equlibrium” una empresa dedicada al restaurar parejas, instalando un sistema que suma millas cuando uno de los miembros tiene una actitud positiva, comprensiva y amorosa con el otro y obviamente resta, cuando sucede lo contrario. Estas millas que se van acumulando a través de “buenas acciones” luego podrán ser canjeadas a favor de algún proyecto personal, con lo cual es el vehículo ideal para que Fede logre los puntos necesarios para poder emprender ese viaje que tanto desea.
Arranca entonces un mecanismo de actos amorosos y atenciones fingidas que esconden como única pulsión poder sumar millas antes que el otro. Poco a poco Federico y Belén entran en competencia y no tardarán demasiado en ponerse en el rol de adversarios y de comenzar a no medir las consecuencias cuando el lema imperante sea que “el fin justifica los medios”.
Con algunos toques de “La guerra de los Roses” y mucho de “Mamá o Papá” la comedia de Dani de la Orden con Paco León y Miren Ibarguren haciendo maldades para que sus propios hijos elijan vivir con el “adversario”, en este punto es donde “MATRIMILLAS” se apega estrictamente a la receta de la comedia romántica, transitando por todos los laberintos consabidos del género y no se anima a romper algunas barreras para dar lugar a esa cuota de negrura que se pone en juego cuando la pareja comienza a competir y quiere ganar a cualquier precio.
Si bien ambos comienzan a tejer planes para sumar puntos y sacar ventaja (e inclusive algunos en donde el otro descuenta puntaje) las conclusiones a las que arriba la historia tienen altos grados de moralina y premisas normativas del “deber ser” que opacan el resultado. “MATRIMILLAS” prefiere ampararse en algunas vueltas de tuerca edulcoradas, e inclusive en esos cambios “mágicos” que no pueden faltar en este tipo de formatos aun desperdiciando el potencial que pueden tener los roles protagónicos si se les hubiese permitido abandonar esa mirada unidimensional y ni hablar de los secundarios en donde, por ejemplo, Betiana Blum queda reducida a un par de escenas decorativas o la deslucida participación de Cristina Castaño como la Manager a cargo de “Equilibrium”.
Luisana Lopilato y Juan Minujín funcionan muy bien para lo que la película propone, a pesar de que a simple vista pareciera que el dúo actoral se formó más por compromisos contractuales de la plataforma que pensando en una verdadera química explosiva y grandes contrapuntos actorales. El verdadero acierto del casting en esta ocasión son Julián Lucero y Santiago Gobernori, actores que se lucen en el circuito teatral independiente y que sacan provecho de sus personajes de amigos confidentes de Fede, funcionando a la perfección como sus mentores y voces de la conciencia.
Por otra parte, Sebastián De Caro en la dirección, sabe conducir con soltura y muy buen ritmo a esta comedia “for export” que, en principio, es una receta que no condice demasiado con sus otras realizaciones como “20000 besos” “Recortadas” o “Claudia” que ha sido incluso la película de apertura en BAFICI, ícono del cine independiente.
Cierta forma de ver y concebir el cine, se contrapone a simple vista con el universo de las plataformas y el consumo de cine hogareño, pero así como otros buenos directores con mirada de autor han caído en la tentación de la masividad que brinda esta nueva forma de distribución, De Caro se suma al equipo, en un producto al que no puede imprimirle demasiado de su personalidad aunque logra el objetivo del entretenimiento con cierto dejo de reflexión respecto de la vida en pareja en los tiempos de amor líquido.