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Por Rolando Gallego.

Tras la película número uno de Netflix, «Milagro en la celda 7», hay una recuperación de productos populares enmarcados en el melodrama que hacen funcionar su narración y contrato de lectura.

Hombre discapacitado con una pequeña hija hace lo imposible para salir adelante, no, no es «Mi nombre es Sam», es la película turca del momento, que apela a todos los obvios recursos cinematográficos para, desde el golpe bajo, subrayados, y trazo grueso, desandar una historia de desigualdad e injusticia que impacta en los espectadores.

En el relato de la vida de Mehmet, o Memo (Aras Bulut Iynemli), hay una intención, ya desde el arranque, de empatizar con la audiencia presentándolo, con su discapacidad, pero también con su entereza como padre.

Cuando Ova (Nisa Sofiya Aksongur) le manifiesta su deseo de adquirir una mochila, nada haría suponer que ese objeto desataría una tragedia en la que el destino de Memo y ella se verían afectados.

Al ser culpado de un crimen que no cometió, Memo ingresará en la cárcel y será objeto de la violencia dentro del lugar por trascender el motivo de su condena.

A partir de ahí, y durante dos horas quince minutos, todo empeora, generando uno de los productos comerciales más exitosos de los últimos tiempos, sí, pero también uno de los más bochornosos.

Muertes, música lacrimógena, sobreactuaciones, clichés y más clichés para construir una película narrada con recursos televisivos y nada de cine.

El fenómeno de las novelas turcas ahora se repite en esta producción, una propuesta que en lo obvio de todo lo que presenta, seguramente, estará la clave para comprender en qué se ha convertido, un producto comercial que respondiendo a una fórmula termina por dilapidar sus opciones de hacer cine.

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