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Por Marcelo Cafferata.

Solamente a una hora de tren del centro de Madrid, se erige la cruz cristiana más alta del mundo: construida totalmente en hormigón y con 150 metros de atura, forma parte de un complejo en donde se encuentran además un hospedaje, una basílica y la Abadía de la Santa Cruz del Valle de los Caídos.

Desde 1975 a 2019 estuvo, en un lugar sumamente destacado dentro de este complejo, la tumba de Francisco Franco, quien justamente había mandado a construir este monumento después de la Guerra Civil Española.

A partir de la exhumación para trasladar los restos de Franco al cementerio Mingorrubio en Madrid, se ha vuelto a abrir una herida que sigue tan viva como siempre, tan vigente como los reclamos de los crímenes cometidos durante el régimen franquista que siguen sin resolver.

Justamente el año pasado pudimos disfrutar del estreno del excelente documental ganador del Goya “El silencio de otros” que mostraba cómo, tanto víctimas como sobrevivientes, trataban de buscar justicia ante este “pacto del olvido” táctico que ha aparecido en la sociedad española.

Vinculado con este reclamo de justicia, en 2010 se dio inicio a la querella argentina para que se investigue y se castigue a los responsables del genocidio y los crímenes cometidos durante la dictadura franquista (caso abierto por la  jueza Servini de Cubría que ha contado con el apoyo de Amnistía Internacional), dado que, al regir la ley de amnistía de 1977 que pone un punto final, imposibilita procesarlos allí en España.

El texto de Blanca Domenech, “EL MAL DE LA PIEDRA”, trabaja en ese mismo sentido: en el sostener una memoria activa para abrir la polémica, para que el tema se ponga nuevamente en relieve, contra el olvido y la indiferencia, y trabajando a favor de una lucha en búsqueda de justicia que sigue manteniéndose activa durante décadas, sin que aún se haya podido reparar a los damnificados -estamos hablando de dos mil fosas comunes de donde se han sacado más de 114.000 cuerpos y la estadística marca que se han robado más de 30 mil niños-.

Domenech habla en tiempo presente con sus dos personajes y los sitúa exactamente allí, en este imponente monumento. Por un lado aparece Miranda, una restauradora que se encuentra abocada al estudio de la piedra con la que se construyó el interior de ese espacio e investiga cómo se ha horadado la piedra, analizando el potencial desmoronamiento que se podrá producir en el  lugar, en forma inminente.

Por el otro, entablará un diálogo más profundo con el guardia de seguridad, Andrés, cuando queda encerrada sin poder volver a su casa, dado que afuera hay graves disturbios entre un grupo de memoria histórica y manifestantes neonazis.

Lo interesante del trabajo de dramaturgia de Domenech, que queda claramente expuesto en la dirección de Tony Lestingi, es poder presentar las contradicciones propias de una sociedad aún herida, con un tema que sigue inquietando en el presente y donde las posturas no son ni claras ni categóricas. Es decir, plantear al espectador un dilema que juega con conceptos éticos y morales, sin tomar partido ni “bajar línea” ni regar el texto con ideas panfletarias.

Todo por el contrario, tanto desde los vericuetos que propone el texto, como de la construcción del personaje de Andrés, a cargo de Iván Steinhardt, se propone una cierta zona de grises, con pensamientos tan simples como cualquiera de los que se encuentran instalados en el inconsciente colectivo y que, de alguna manera a través de este personaje, se logra interpelar a cierta rigidez que presenta Miranda. Ella parece tener sostener sus convicciones en forma inamovible frente a esta historia, pero mantiene ciertas contradicciones a nivel personal en el que ese guardia encontrará la grieta para que esta restauradora tan segura de sí misma, comience también a resquebrajarse.

Steinhardt encuentra en su Andrés, una mayor posibilidad de lucimiento al poder jugar con las diferentes variaciones que le propone el texto. Romina Pinto como Miranda, logra una excelente comunicación con Steinhardt en escena, pero quizás es el personaje al que el texto muestra de una manera más esquemática y sin tantas posibilidades de explorar distintos matices.

Ambos saben manejar un texto complejo, que requiere de mucha precisión y de esta forma, dominando sus palabras, convierten a “EL MAL DE LA PIEDRA” en una deliciosa pieza de cámara para dos personajes, bajo la firme dirección de Tony Lestingi (de quien recordamos su sobresaliente actuación en “Terrenal” de Mauricio Kartún o sus trabajos en “La ópera de los tres centavos” o “La comedia de las equivocaciones”) que hábilmente conduce a sus actores y les permite un buen lucimiento en los mejores momentos del texto.

Un texto que invita a la reflexión, a volver a preguntarse por la historia reciente, por no claudicar, porque la memoria siga viva, que no se pierdan las esperanzas de que esos crímenes no queden impunes y que desde un Estado que silencia y oculta, se pueda encontrar la luz y esas almas finalmente, puedan descansar en paz.

“EL MAL DE LA PIEDRA”

Sábados a las 20.30 hs

Patio de Actores – Lerma 568  – C.A.B.A.

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