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Por Marcelo Cafferata

El director Diego “Parker” Fernández logró con “LA TEORIA DE LOS VIDRIOS ROTOS” un éxito de taquilla del cine uruguayo, que, a partir de esta semana podremos disfrutar en la cartelera porteña. No es difícil suponer cuáles son las claves de este éxito: un guion basado en hechos reales al que se le suma una fuerte dosis de humor y el encanto que tienen las historias con rasgos costumbristas, acompañado de un excelente elenco y un director que tiene muy claro cómo llevar adelante esta receta, para que todos los ingredientes se mezclen exitosamente.

Claudio Tapia (otra muy buena composición de Martin Slipak que da con el physique du rol ideal)  es un perito de seguros de la empresa Santa Marta que ha sido recientemente ascendido al reemplazar en su puesto a su compañero que se ha jubilado. En una de sus primeras tareas, le asignan la región 15, un pueblo limítrofe que deberá visitar un par de veces al mes y que, aparentemente, no debiera presentarle mayores complicaciones.

Pero la tranquilidad que suele reinar en ese pueblo que parece detenido en el tiempo, se ve interrumpida por una serie de vehículos que aparecen incendiados noche a noche, siniestros de los que las compañías de seguro, deberán hacerse responsables en el más breve plazo.

Tapia deberá estudiar cada uno de los casos que se multiplican a gran velocidad y elevar los informes a Casa Central, describiendo meticulosamente los acontecimientos sucedidos y sus propias conclusiones. La figura del forastero que irrumpe en el pueblo y la típica estructura de “pueblo chico, infierno grande” en donde todo lo que sucede se va extendiendo como reguero de pólvora, son dos puntos fuertes dentro de la trama, que Fernández sabe usar a su favor.

El otro punto fuerte es el efecto lúdico con el que se mezclan los géneros: por los apuntes de sátira y de caricatura con los que se construyen los personajes, el film pareciera ser una comedia costumbrista con mucho humor  y observación irónica (sobre todo los dardos que dispara a la burocracia pueblerina, la inoperancia del comisario a cargo de la situación y el político del pueblo en pleno ascenso social) pero el desarrollo del caso, que incluye una escena final de juicio oral, apunta al típico relato policial con una resolución al típico estilo del Poirot de Agatha Christie.

El guion describe con pinceladas precisas, los rasgos típicos de cada uno de los personajes del pueblo, humanizándolos y haciéndolos queribles, mientras que la cámara de Fernández maneja el timing preciso para que el tono de comedia no arruine el misterio y, al mismo tiempo, que el hecho de descubrir que hay detrás de esa serie de autos en llamas, no haga perder de vista el humor con el que se tiñe todo el relato, jugando inclusive con dos escenas musicales que son realmente un hallazgo.

Lo más interesante de “LA TEORIA DE LOS VIDRIOS ROTOS” aparece justamente en una secuencia animada en donde uno de los personajes despliega pedagógicamente los hechos experimentales en los cuales se basa esta teoría y permite dar una vuelta de tuerca aún más profunda a lo que la historia venía proponiendo.

La reflexión sobre la violencia que motoriza la propia violencia y cómo estos actos vandálicos que suceden en el pueblo no reconocen diferencias de clases ni de estratos sociales, sino que parece ser algo más ligado e inherente a la condición humana, permite además, una  toma de conciencia y genera un interesante debate sobre la conclusión que plantea la historia.

Haciendo pie en los estereotipos, el guion de Fernández y Rodolfo Santullo hace que todo nos suene familiar y que, pintando la aldea se pueda pintar a todo el mundo: esa complicidad pueblerina frente al outsider que no sólo no es bien recibido por resultarles familiar sino que su juventud, a ojos del pueblo, también simboliza inexperiencia y la necesidad de que pague su derecho de piso.

Para que todos estos elementos lleguen a buen puerto “Parker” Fernández cuenta con un elenco compacto y con muy buenos trabajos. Slipak, una vez más, lleva a cabo su rol protagónico con mucha solvencia y se destacan Guillermo Arengo como su jefe, César Troncoso como el comisario del pueblo, Jenny Galván que se pasea con su figura de femme fatale que todo policial noir debe tener y Robert Moré como el perito de la compañía de seguro que es la competencia de Santa Marta.

Y para quienes no puedan acercarse al cine, no se pierdan la oportunidad de disfrutar de esta comedia uruguaya que también estará disponible en la plataforma Cine.ar Play.

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