Tiempo de lectura: 4 minutos

Por Marcelo Cafferata

No es todavía tan frecuente que el cine nacional trabaje sobre temas LGBT, pero poco a poco vemos –afortunadamente-, cada vez son más los ejemplos dentro de la nueva producción, en donde  jóvenes directores se involucran en historias que rompen con los enfoques más tradicionales y se animan a lanzarse de lleno con una nueva mirada.

Con la filmografía de Marco Berger a la cabeza y su inconfundible estilo para contar sus historias de “chico conoce a chico” (“El cazador” “Un rubio” “Plan B” “Hawaii” entre otras), algunas propuestas mucho más osadas como la de Albertina Carri en “Las hijas del Fuego”, la particular impronta de Campusano en “Vil Romance” o su reciente “Hombres de piel dura”, algunos trabajos galardonados en festivales internacionales como “Fin de Siglo” de Lucio Castro o “Marilyn” de Martín Rodríguez Redondo, ahora es el turno de “ROMAN” de Majo Staffolani (que había sido presentada oportunamente en el BAFICI de 2018) que se suma, de esta forma, al atractivo tándem que conforman todos estos trabajos.

“ROMAN” cuenta precisamente la historia del protagonista que da nombre a la película, un hombre que se presenta con cierto espíritu marcadamente gris. Su profesión como agente inmobiliario parece no tener demasiados sobresaltos ni demasiados desafíos y así discurre, del mismo modo, su vida familiar –casado y padre de una hija-  y su vida personal, con una solapada crisis de los cincuenta en forma subyacente, camuflada dentro de su pasividad y su abulia matrimonial.

En el momento menos esperado, aparece en escena un compañero del grupo de teatro de su hija, Lucas, que está en pleno proceso de mudanza y requiere de sus servicios inmobiliarios: le pide que le consiga un departamento que se ajuste a sus necesidades y, mostrándole departamentos, comienzan a vincularse con mucha más frecuencia.

Ese vínculo con Lucas genera un espacio desconocido, en un principio casi incómodo, se traza como un territorio íntimo al que Román accede desde cierta curiosidad y exploración, con intrigas e incertidumbres, sin poder imaginarse el impacto que esa relación tendría, sacudiendo su vida por completo.

Staffolani inteligentemente opta por una narración exenta de lugares comunes, no apela a ningún tipo de subrayados, ni a las variables presentes dentro del género, privilegiando una construcción en base a gestos y silencios, un lenguaje de los cuerpos que se impone por sobre la palabras.

A partir de estos encuentros, Román comienza a experimentar las sensaciones desconocidas, a dar rienda a una pulsión dormida, oculta, completamente desconocida hasta para él mismo y le hace un lugar, la deja fluir.

Y Staffolani, no solamente desde el ojo de su cámara sino desde la propuesta que ella misma ha desarrollado en su guion, acompaña a su protagonista en ese tránsito de un arriesgado pero lento salto al vacío, lo sostiene en ese descubrimiento de una pasión que redefine por entero su vida y que, aun sin proponérselo, lo empuja a un mundo emocional que se encontraba absolutamente adormecido permite la valiosa posibilidad de que se instale el deseo y aparezca algo en su vida que lo haga vibrar, una nueva manera de sentirse vivo.

Un cuerpo que despierta, completamente alejado de esa sensación de repetición cotidiana en la que parece inmerso, sosteniendo una pareja en apariencia desgastada, con una rutina laboral que se instala y sostiene cómodamente su monotonía. En cambio ahora todo es novedad, todo tiene sabor a riesgo, a descubrimiento, a experimentación y a jugar con un nuevo deseo.

María José Staffolani deja planteado, flotando permanentemente en el aire, la pregunta de si es posible, que una vez que se haya oído esa nueva voz, que se haya dado espacio al deseo, que haya aparecido esa revelación interna, uno pueda volver a ser el mismo de antes y desandar el camino.

Como curiosidad, “ROMAN” cuenta con la particularidad de que su equipo de rodaje se conformó en un 95 por ciento de mujeres, que fue escrita en sólo dos noches y contó solamente con cinco días de rodaje. Su resultado, llamó poderosamente la atención de Vanesa Ragone, una de las más importantes productoras del cine nacional, quien rápidamente se asoció para asistir en la postproducción.

Este gran equipo de trabajo se corona con dos actuaciones sin las cuales quizás el resultado de “ROMAN” no hubiese sido el mismo. Carlo Argento (quien ya había trabajado en el primer largo de la directora “Colmena”  y que se distingue por una extensa trayectoria en el teatro independiente y sobre todo por su dirección en el grupo Carne de Crítica con reconocidos trabajos como “Labios Negros” “Correte que Chorrea” o “Subió la carne”) le presta el cuerpo y se calza su piel para un Román en el que refleja perfectamente ese cambio arrollador y profundo que le produce esta pasión desatada y al mismo tiempo clandestina, esa vida duplicada entre familiar/público e íntimo/privado,  con la que Staffolani juega hábilmente.

De todos modos, a pesar del exacto trabajo de Argento, una vez más la ductilidad de Gastón Cocchiarale traza un Lucas perfecto, sólo con un gesto y un sutil movimiento en la oscuridad de un cine, despierta un gigante dormido en ese Román que queda completamente hechizado frente a su presencia.

Y así como Román no volverá a ser el mismo después de entregarse a una historia de amor así, nosotros, como espectadores, también habremos quedado profundamente modificados por el talento de Staffolani para sumergirnos en una historia potente contada sin estridencias ni clichés.

POR QUE SI:

«Staffolani inteligentemente opta por una narración exenta de lugares comunes, no apela a ningún tipo de subrayados, ni a las variables presentes dentro del género»

Compartir en: