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Por Marcelo Cafferata

Hay varios puntos sobresalientes en la ópera prima de Felipe Gómez Aparicio pero indudablemente uno de los mayores aciertos es el de un guion que propone múltiples formas de explorar la historia.

El protagonista es David (Mauricio Di Yorio), un adolescente tan compenetrado en el mundo del fisicoculturismo que parece estar completamente alejado de la vida social que llevan sus compañeros de colegio y que tiene como única obsesión la de buscar la perfección de su cuerpo basada en un riguroso entrenamiento diario.

El guion de Gómez Aparicio coescrito con Leandro Custo, multiplica los símbolos y los entramados a medida que vamos descubriendo que esa obsesión de David se confunde con la de su madre, una artista plástica que lo va modelando con la misma pasión con la que crea sus propias obras. Viven refugiados en una relación simbiótica que coquetea permanentemente con el límite, la tensión sexual, la patología de un vínculo incestuoso, que la película trabaja en un tono acertado, sin sentencias ni subrayados, construido en base a detalles, miradas y sobre todo con la manera en que dialogan los cuerpos.

¿Cuánto de esta obsesión por el cuerpo tallado y perfecto le pertenece y cuánto es lo que su madre impone como un mandato inexorable?

Durante el último festival de Mar del Plata pudimos ver “9” de Barrenechea y Branca, que mostraba un vínculo tóxico en el mundo del fútbol con un padre que oficia de manager de su hijo, potencial estrella que puede llegar a jugar en el fútbol europeo. Algo de esto se trasluce en “EL PERFECTO DAVID” pero se potencia y se oscurece más aun cuando Juana (excelente composición de Umbra Colombo) modela a su hijo con deseo, manipulación y abuso.

La confusión de David no parece pasar solamente por descubrir cuánto de su deseo le pertenece y cuánto se impone frente a cumplir con los mandatos de su madre. Se desconoce, comienza a vivir una violencia en su cuerpo que antes no había aparecido, hay un deseo sexual que queda atrapado dentro de ese propio caos personal y esa indecisión y la sombra de la duda, es otro de los puntos que están delicadamente trabajados en un guion que sabe lidiar con la incertidumbre.

Gómez Aparicio monta una puesta precisa sin regodearse excesivamente en la desnudez de los cuerpos (que quizás sea una marca registrada del cine de Marco Berger) sino que el ojo de su cámara invita al espectador a participar de una forma voyeurista al sumergirse en el mundo del fisicoculturismo y de esos cuerpos fragmentados y transformados en objetos, con cada mirada que nos comparte la cámara.

Umbra Colombo, que se había destacado en papeles protagónicos en “Julia y el zorro” (Inés María Barrionuevo, 2018) y “Azul el mar” (Sabrina Moreno, 2019) logra en esta oportunidad un trabajo de excelencia, con pocas palabras y un lenguaje corporal perfecto. La química que logra con Di Yorio es otro de los puntos fuertes con los que cuenta “EL PERFECTO DAVID” además de los logrados trabajos en los rubros técnicos.

Más allá de las palabras, la propuesta narrativa pasa más por lo que se oculta y lo que no se expresa abiertamente, ese subtexto de lo que se recorta. La historia se va armando hábilmente con cada plano de los cuerpos, las miradas, nuestra mirada que se filtra en ese mundo y una fuerte sensación de que lo táctil, cada recorrida sobre esos músculos en busca de la perfección, se transmite por fuera de la pantalla.

¿Por qué sí?

Gómez Aparicio monta una puesta precisa sin regodearse excesivamente en la desnudez de los cuerpos sino que el ojo de su cámara invita al espectador a participar de una forma voyeurista con cada mirada que nos comparte la cámara.

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