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Por Rolando Gallego

Este jueves llega a los cines ¿Qué hago en este mundo tan visual?, película de Manuel Embalse centrada en la mirada particular de Zezé Fassmor, un joven artista que se plantea la pregunta del título ante una realidad, su ceguera. Por acá Embalse cuenta algunos detalles de la película.

¿Cómo conociste a Zezé?

A Zezé lo conocí en el año 2016 después de un concierto pequeño donde toqué unas canciones. Era un momento de mi vida donde mi faceta de cantautor estaba muy activada, tocaba muy seguido, ya sea como solista o con banda. En una de esas fechas, después de tocar, Zezé se me acercó, me agradeció porque lo llevé de viaje con mis canciones, me dijo que le gustaba mucho lo que yo hacía y me preguntó si me podía tomar una fotografía. Tenía unos anteojos negros Ray Ban, un bastón y estaba con una amiga a su lado que lo acompañaba. Entendí inmediatamente que era ciego, pero me quedé perplejo al entender que era ciego y sacaba fotos. Me pidió que dijera algo: a partir del sonido de mi voz podía entender mi altura y así encuadrar. Después me mostró el display de su cámara para que vea la foto. Quedé fascinado porque él sonreía todo el tiempo, disfrutaba estar haciendo eso que a mí me sorprendía. Quedamos en contacto, nos agregamos a Facebook y ahí me enteré que Zezé era periodista musical, que estaba en el mundo de la radio, que hacía eventos, que era poeta… Me convertí en su fan. 

¿Cuándo decidiste que ibas a acompañarlo y hacer una película sobre él?

Pasó todo muy rápido. En diciembre de 2018, tuve un sueño donde estaba ciego. Había visto imágenes de colores, distorsionadas. Recuerdo despertar y pensar inmediatamente en Zezé, ya que era la única persona ciega que conocía. Entonces le mandé un audio y le conté con detalle. Le interesó lo que había soñado y dijimos de juntarnos a charlar. Siempre que nos cruzábamos era en algún evento y nunca habíamos estado tranquilos hablando largo rato. Vino a mi casa y empezamos a hablar un montón sobre tecnología, redes sociales, sobre sus recuerdos visuales antes de quedarse ciego, sobre la producción de imágenes en el presente, entre otras cosas. En ese momento, aparte de hacer canciones, yo también hacía cortos donde reflexionaba sobre el uso del celular. Se me ocurrió entonces que podía ser lindo viajar con Zezé a algún lugar que recordara haber visto en imágenes antes de quedarse ciego a los 25 años, pero un lugar que no hubiera podido visitar. Surgieron escenarios como Grecia, Egipto, Francia, y varios lugares de Argentina como Ushuaia y las Cataratas del Iguazú. Después de ese encuentro, me quedaron resonando un montón de preguntas y pensé que en algún momento de la vida podríamos hacer algún proyecto audiovisual juntos. Nunca creí que iba a suceder a los pocos meses. En enero, vi la convocatoria de Experimentación Audiovisual de la Bienal de Arte Joven y le conté a Zezé y le entusiasmó la idea de que arme el proyecto. Recién cuando quedamos seleccionados unos meses después, me cayó la ficha de que estaba por hacer un documental que lo tenía de protagonista, sin haber nunca antes pensado en hacer una película con la ceguera como tema principal. Una vez me dijo que revise su Twitter porque ahí posteaba gran parte de sus pensamientos, y entre los tweets descubrí uno que me llamó la atención: «Qué hago en este mundo tan visual?», y al instante decidí que sea el título de la película.

¿Qué fue lo más complicado de congeniar con él para lograr el relato?

Más allá de mi vínculo de amistad con él, hacer un largometraje implicaba muchas ideas y mucha experimentación en muy poco tiempo. A la vez, junto a Esteban Vijnovich y Nacho Losada, productor y asistente de dirección respectivamente del rodaje en las Cataratas del Iguazú, sabíamos que el cuerpo de Zezé es frágil y nos adaptamos a su temporalidad, por lo que tuvimos que encontrar un equilibrio y filmar pocas horas todos los días, a pesar de tener una semana de rodaje en Misiones. Implicaba un esfuerzo físico enorme para él, así que buscamos escenarios donde podíamos jugar, que finalmente fueron indispensables para la construcción total de la película y de él como protagonista. Dado que eramos amigos y teníamos intimidad, él siempre fue muy amable conmigo y me compartió sus experiencias, eso nunca fue un problema. La fragilidad de él como personaje dentro de la película fue algo que cuidé mucho y que siempre mantuve en diálogo con él a la hora de editar y contar su historia. Creo que lo más complicado para mí fue en cómo abordar la idea de la ceguera desde la puesta en escena, dado que era un tema que no había tratado antes y que podía ser contradictorio que un vidente haga la película con un ciego de protagonista. Fue algo que pensé muchísimo y sentí que era interesante darle lugar al inmenso archivo que generaba Zezé constantemente. Había visto hacía pocos meses «Selfie» de Agostino Ferrente, donde le da a sus jóvenes protagonistas el control total de la cámara de sus celulares, más allá que luego todo eso se trabajaba en la sala de edición. Me encantó esa libertad, y desde siempre mi idea era usar archivo de la cámara digital de Zezé y de su celular. Junto a Joaquín Maito, el director de fotografía, charlamos bastante sobre cómo construir el entorno visual que Zezé no ve, y por otro lado, que él mismo con su archivo nos contara lo que «ve» desde sus dispositivos, sea prolijo o desprolijo el resultado. No nos atraía «emular» visualmente cómo ve Zezé, sino en cuestionar esa idea de nitidez de este mundo que cada día pide más definición. Queríamos imágenes brumosas, casi fuera de foco, intervenida por filtros de colores degradados y aberraciones cromáticas. Luego, el trabajo en postproducción de color con Daniela Medina Silva le dio el toque final y potenció muchísimo todo lo que generamos en el rodaje. Siendo músico, no me hacía preguntas únicamente desde lo visual, sino también qué rol y qué protagonismo iba a tener el sonido, ya que la vida de Zezé se guía desde lo sonoro. El sonido directo en Iguazú lo hizo Esteban Bellotto, que entabló un vínculo de amistad con Zezé muy increíble y realizó un trabajo impresionante donde potenció un montón todas mis ideas. Luego, en montaje, trabajé mucho el diseño sonoro para construir un universo sensorial para intentar acercar al espectador, aunque sea imposible, a la perspectiva del mundo desde los oídos de Zezé. Ya entrando en mezcla con Hernán Higa, el entorno 360° del cual Zezé me había contado tantas cosas, pudimos lograr todo lo que me imaginaba.

¿Qué reflexión se disparó en tu cabeza sobre la realidad de Zezé y su mirada sobre el mundo?

Primero, me fascinó su entusiasmo en hacer cosas a pesar de la pérdida de la vista. Creo que al ser yo un millenial que nació en 1991, las imágenes y su mundo visual siempre estuvieron delante de mis ojos. Hoy en día el meme se convirtió en un lenguaje predominante en las redes, muy visual: alguien que es ciegx no lo puede entender, por ejemplo. Desde la adolescencia que trabajo con imágenes y me la paso reflexionando sobre su existencia -en paralelo al desarrollo de mis intereses sonoros-. Antes de conocer a Zezé, había visto «Blue» de Derek Jarman, una película que hizo cuando se estaba quedando ciego, después de toda una vida de hacer películas siendo vidente. Se convirtió en una de mis películas preferidas porque el gesto de hacer algo visual a pesar de no ver, me parece impresionante. Perder la vista es uno de mis máximos miedos y el hecho de ver a Zezé luchando en este mundo dominado por la hegemonía visual me impactó mucho. Antes de conocerlo, yo ya venía trabajando con imágenes de celulares y me hacía preguntas sobre por qué filmamos, para qué guardamos, por qué hay tantas imágenes dando vueltas en internet, qué hacemos con las imágenes de nuestro celular… Y cuando entendí que su motivación para registrar era guardar esas imágenes para verlas en el futuro, en el caso de que recupere la vista, me emocionó muchísimo y fue un momento de quiebre. Él no le saca fotos a cualquier cosa, le saca fotos a las personas que conoce y quiere, o a un espacio que lo emociona. Me interesó la idea de pensar a las imágenes como algo afectivo. Zezé organiza su archivo y tiene la esperanza de que la ciencia y la tecnología posibiliten en un futuro (ojalá que no muy lejano) distintas intervenciones para que lxs ciegxs tengan la posibilidad de volver a ver. Ese deseo casi de ciencia ficción, me parece una motivación hermosa para acompañarlo.

¿Cómo te sentís con el estreno?

Me siento muy afortunado de ser parte de un colectivo como Antes Muerto Cine que me acompañó desde el comienzo de este proyecto. No lo siento como algo atormentador o estresante, más bien lo contrario. Es una película que la hicimos desde el amor y ojalá eso quede reflejado para quienes la vean. Estoy muy contento de que la película llegue al Gaumont y pueda acceder cualquiera que pase por la puerta y se anime a entrar. Al estrenar la película en festivales durante el 2020 en plena pandemia, fui de esos directorxs que estrenaron a la distancia y no pude ir a muchísimas funciones que se hicieron en distintos lugares del mundo. Un momento tan difícil con el COVID como protagonista, me generó sensaciones muy contradictorias. Me acostumbré al online, al Zoom, que la película se vea y escuche en laptops, a estar lejos de lo que le pasa a la gente en la sala, entre otras cosas. Más allá de que recibimos mensajes hermosos de espectadorxs y algunas menciones en festivales, me costó dimensionar lo que hicimos. Trabajé mucho el sonido para el diseño 5.1 para que la sensación en la sala sea otra que la que te puede generar verla en un link en la compu o en la tele hogareña. De hecho, en Argentina nunca se pudo proyectar en una sala que tenga sonido 5.1, por ejemplo. Por suerte, y a pesar de mis deseos técnicos, la película emocionó y llegó a los espectadorxs sea cual sea el dispositivo en el que miraban y escuchaban. Dado que me interesa siempre lo multidisciplinario, en paralelo estamos terminando un fanzine que contiene poemas y canciones que hicieron amigxs a partir de lo que les generó la película. También dos cortos que hicimos con Zezé a partir de descartes de la película, y también vamos a lanzar el soundtrack que realicé junto a Grupo Perdido mediante el sello Fuego Amigo Discos, que son grandes amigos y siempre publicaron todos mis discos anteriores. Estoy contento, entusiasmado, agradecido y muy feliz de que suceda. El mundo está bastante oscuro y ojalá que lo que hacemos genere un pequeño destello de luz.

¿Estás trabajando en un nuevo proyecto?

Antes de hacer «¿Qué hago en este mundo tan visual?», estaba desarrollando un largometraje titulado «Las ruinas nuevas», que empezó a gestarse en el 2012. Es un ensayo experimental sobre el estado de la basura electrónica y sus vínculos con la idea de memoria histórica. Mediante una década de filmaciones que realicé, mi personaje es como un arqueólogo del presente obsesionado con la tecnología, donde me hago muchísimas preguntas sobre cómo llegaron esos objetos a estar tirados en la calle, en la playa, en un museo o en una galería de objetos usados. Me pregunto, en forma de diario lúdico, qué guardan esos celulares rotos que me encuentro en la calle. En una década de investigación, descubrí muchas cosas que me movilizan sensiblemente y también me pasaron cosas a mí, como por ejemplo, adoptar a mi gatito Pendrive y filmar su crecimiento en el medio de la pandemia. Es una reflexión poética sobre aquellos que ensamblan esa tecnología que no para de actualizarse, en aquellos que desarman la basura electrónica para reciclarla y en los usuarios que utilizamos esos dispositivos. Un punto de giro que me marcó fueron los poemas de Xu Lizhi, un trabajador chino de la multinacional Foxconn, la empresa que ensambla los Iphones de Apple. Antes de suicidarse a los 24 años, dejó un libro de poemas que sus amigos publicaron en internet, y es el hallazgo principal que me moviliza en esta investigación. Es una película que quiero mucho y donde me acompaña también Antes Muerto Cine. Espero que pronto puedan verla.

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