Tiempo de lectura: 3 minutos

Por Marcelo Cafferata

Padre e hijo recorren una serie de fotografías en blanco y negro, un conjunto de fotos nocturnas en donde percibimos ciertos rincones de nuestra ciudad de noche dando inicio a este recorrido audiovisual.

Oscar dispara que lo más importante es “fotografiar lo que hay” y mezclando anécdotas compartidas, entablan un diálogo que se va extendiendo hasta vincular el cine con la fotografía, la pasión de cada uno de ellos.

Pablo Pintor es el director de “MEMORIA FOTOGRÁFICA” en donde propone un doble recorrido. Por un lado, encontraremos la narrativa de ese vínculo fraternal que lo une a su padre, el reconocido fotógrafo argentino Oscar D Pintor, compartiéndonos una intimidad que crece a medida que atravesamos su obra. Por el otro, los acompañaremos en un viaje inmersivo hacia la memoria, al reencuentro de su identidad y a recobrar sus pasiones.

El disparador de ambas líneas narrativas, que Pablo Pintor sabe entretejer perfectamente, aparece en el momento en que Oscar dice haber perdido la pasión por la fotografía, el entusiasmo por ejercer su profesión, parece que esa pulsión por mostrar lo que su ojo captura con su cámara en mano ha desaparecido.

El hijo con su otra cámara –entablando ese diálogo que se da a lo largo de toda la película entre cine y fotografía, a veces explícito con ambas cámaras en mano seduciéndose y en otras ocasiones más implícito- será el testigo, junto con nosotros como espectadores, de ese recorrido que deberá atravesar su padre para recuperar esa pasión algo olvidada.

La propuesta del viaje, es la de volver a aquellos lugares en donde su padre tomó las fotos más icónicas y reconocidas de su carrera. Para ello emprenderán el rumbo hacia San Juan e intentarán, después de más de 30 años, ir adivinando el lugar exacto en donde fueron tomadas aquellas fotos tanto tiempo atrás, atravesando esos lugares tan desolados en pleno desierto, brillantemente retratados bajo la dirección de fotografía de Agustina San Martín.

De esta manera entre la foto y la realidad, contrastándose permanentemente entre sí, se abre un juego de espejos que no solamente opone fotografía versus realidad, sino que además se replica en las coincidencias -con mucho humor- a través de las anécdotas de los mellizos en la familia y por sobre todo, en el momento en que Pablo lo interpela con la necesidad de que su padre lo vea ya como el padre de sus nietos y se pueda ir desprendiendo de esa mirada que sigue apareciendo, como su hijo.

Forma y contenido, van generando un efecto multiplicador que avanza hacia el último tercio del filme, indudablemente el más interesante y conmovedor donde juega un rol sumamente importante la memoria y particularmente, la memoria que permita reconstruir el recuerdo familiar. Oscar tomará contacto con lugares, situaciones, recuerdos, espacios y texturas propias de su pasado, las que recorrerá, inclusive, junto con sus hermanos.

Justamente allí en el encuentro con su identidad, con sus raíces, con lo más profundo de sus recuerdos, surge, como un rayo que lo atraviesa, la necesidad de volver a captar en imágenes ese momento. Y no hay cosa más maravillosa que poder retratar ese instante, único e irrepetible, en una foto.

POR QUE SI:

«Juego de espejos que no solamente opone fotografía versus realidad, sino que además se replica en las coincidencias»

Compartir en: