Por Marcelo Cafferata
Lo que narra “LANDSCAPERS” bien la podría haber convertido en una miniserie más de hechos policiales con tintes periodísticos, ya que, realmente, lo ocurrido es tan llamativo que perfectamente se podría haber unido al grupo de relatos de hechos reales sobre crímenes sorprendentes.
Susan y Christopher Edwards, son una pareja británica que ha escapado a Francia, donde viven bordeando la indigencia –el escaso manejo del idioma le impide a Christopher encontrar un trabajo digno- y se convierten en noticia excluyente de todos los medios periodísticos cuando, después de una inexplicable llamada telefónica, la policía encuentra enterrados a los dos padres de ella, en el jardín de su propia casa, de la que habían desaparecido hace 15 años sin que nadie reparase demasiado en su ausencia.
Desde el inicio del primer capítulo, dentro del típico cartel de “esta es una historia real” vemos que se van esfumando algunas letras hasta quedar en “esta es una historia”, y ya desde ese guiño inicial, los creadores de la miniserie Will Sharpe y Ed Sinclair juegan con la interesante idea de cómo se va generando una historia de la propia historia, utilizando todos los artificios posibles, sin permitirnos que olvidemos que estamos en una ficción de lo ocurrido que, de acuerdo a quien cuente el relato, se convierte en una nueva ficción de la ficción.
Alguien ha asesinado a los padres de Susan y, contra todas las pruebas en su contra, la pareja aún hoy sigue sosteniendo su inocencia a pesar de haber sido sentenciada a un mínimo de 25 años en prisión: pero estos hechos no hubiesen resultado tan atractivos para construir estos cuatro capítulos, si se hubiese optado por el típico tratamiento cronológico y una mirada convencional para estructurar el relato.
Sharpe y Sinclair rompen con todas las reglas del género y se vuelcan a un trabajo plagado de referencias cinéfilas, a una puesta en escena que les permite moverse por otros lenguajes y explorar formas narrativas diferentes para lo que plantean las convenciones del género, e indudablemente ese es el plus que tiene “LANDSCAPERS”.
Es así como a partir de la admiración de Susan por ciertas estrellas de cine de las que colecciona carísimas fotos autografiadas o afiches originales o manuscritos en lo que ha dilapidado parte del dinero de sus padres, los guionistas van intercalando guiños que los amantes de cine van a poder disfrutar y que les permite ir montando y deconstruyendo diferentes versiones de lo sucedido que se despliegan ante el acoso de la agente Emma Lancing (Kate O’Flynn), absolutamente empecinada en el caso.
En las diversas formas que toman las hipótesis que se van trabajando a lo largo de la miniserie, Sharpe logra crear diferentes universos bien diferenciados, algunos más apegados a la teatralidad (que justamente la propone como un artificio más para que recordemos que estamos frente a un universo de ficción) otros más limitando con lo onírico y lo fantástico.
En cada declaración de los procesados, se alternarán a sus espaldas desde una típica cámara Gesell, pantallas que van mostrando los hechos que relatan los declarantes o un tapizado rojo furioso que hace recordar a la alfombra que Stephen King / Stanley Kubrick imaginaran para el hotel de “El Resplandor”. Hay también un interesante juego de convención escenográfica que logra momentos de mucha potencia narrativa que remite directamente al “Dogville” de Lars Von Trier, espacios donde además se rompe el tiempo y el espacio e interactúan, de forma muy original, personajes del presente y el pasado.
Pasando por el registro documental que cierra cada uno de los capítulos, la historia se rodea con algo de Bergman, hasta podría verse a Béla Tarr en el blanco y negro brillante de muchos segmentos de los capítulos y la soledad inmensa de los paisajes –como otro homenaje a cineastas contemporáneos vanguardistas-, hay un claro culto a Gary Cooper y al western con el que se juega mayormente en el último capítulo y otra fuerte referencia es el cine de François Truffaut en general y la figura de Gérard Depardieu en particular (y su película juntos, “El último subte”, en la que también existía un fuerte juego de realidad y ficción).
Tal como pudo verse en la reciente serie “Scenes From a Marriage” también se propone ver la acción desde bambalinas, el cine dentro del cine y la puesta en escena como principal artificio metaficcional, como cuando la música incidental de pronto se transforma en una orquesta en medio del desierto –que nos hace recordar las rupturas propuestas por el Dogma, varias décadas atrás-.
Aun cuando el artificio pueda parecer por momentos desmedido, lo interesante del planteo Sharpe hace que valga la pena el riesgo. El autor / director se lanza al vacío sabiendo que cuenta con dos actores enormes para los roles protagónicos como Olivia Colman y David Thewlis, un actor tan versátil que ha sido uno de los principales fetiches de Mike Leigh, participó de la saga de Harry Potter y trabajó bajo las órdenes de Charlie Kauffman, Terrence Malik o Paul Auster.
Colman vuelve a demostrar que es una gran actriz y su personaje presenta sus mejores claroscuros a medida que va avanzando el relato, que le permite un gran lucimiento en los dos últimos capítulos donde abandona alguna mueca muy subrayada que aparece en los primeros momentos. Ella logra transformarse en el ser frágil que su marido describe.
Thewlis, por su parte, es su mejor aliado: la pareja perfecta para estas dos composiciones brillantes que elevan el nivel del producto hacia uno de los mejores que pueden verse actualmente en pantalla (todas las producciones de HBO en general cuentan con una delicada producción y buenos elencos) y que demuestran que los hechos policiales pueden ser contados de una manera diferente al típico documental de reconstrucción de hechos y collage de material de archivo.