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Por Adrián Monserrat.

Hay películas que pueden pasar desapercibidas, que resultan inmunes a tus emociones. Hay estrenos alejados de aquella parafernalia artística que no pueden ser cómplices de tus sensaciones. Pero también existen otras películas que, al contrario de lo hasta acá expuesto, te quedan retumbando en la cabeza como un tambor que resuena sin acabar. Midsommar (2019) parece ser ese instrumento de percusión que no discrimina ni días ni horarios para sonar. Es inevitable: yo sigo pensando en Midsommar.

El año pasado la provocación llegó a un lugar escalofriante con Hereditary (2018), la aclamada anterior película de Ari Aster, donde una familia se veía sucumbida tras trastornos satánicos luego de una extraña muerte. Con una Toni Colette descomunal, este film llevó la perturbación a un arriesgado extremo, provocando incomodidad y tensión a quien decidió colocarse en su butaca. Ahora llegó a las salas Midsommar, la nueva obra de Aster, y será inevitable el despertar de miles de lecturas.

Siguiendo el tema de sectas y cultos satánicos, Aster nos expone una pesadilla llena de flores, campos y colores brillantes. ¿El terror solo tiene que estar acompañado por oscuridad? Error. Midsommar nos demuestra que pueden existir imágenes perturbadoras a plena luz del día.

Florence Pugh (El pasajero) interpreta a una joven que pierde a su familia de una manera extraña y encuentra cobijo en su novio, interpretado por Jack Reynor (Sing Street). Junto a su grupo de amigos se van de viaje a un pueblo sueco donde la belleza y la armonía parece ser moneda corriente y la carta de presentación ideal a un paraíso de descanso. Esa capa, gruesa a simple vista, esconde ritos naturalizados, reacciones que escapan a la lógica y un micro mundo poderoso que te atrapa y que no te deja comprender lo que acontece. Ya sucedida la primera mitad del largometraje, una seguidilla de fotogramas se coloca para decirte que la nueva película de Aster es de esas obras que resultan imposibles serle indiferente.

No hay posturas válidas. No hay empatía. No hay condimentos sociales correctos para emocionarse. Sí hay frialdad en toda la obra y ese es el acierto. ¿Cómo se puede ser frío durante dos horas y media? Midsommar es un torbellino de angustiosa crudeza que es probable que te logre abofetear.

Sí hay coreografías impecables que dan muestra de la sutil construcción de imágenes. Sí hay ambición extrema: es una obra cuidada hasta el mínimo detalle.

Sí hay planos que te van a enloquecer.

Sí hay miseria humana culturizada.

Sí hay un director que ya se está convirtiendo en «de culto», que quiere ser distinto, que te perturba, no pasa desapercibido y te deja pensando.

Yo sigo pensando en Midsommar.

POR QUE SI: » Aster nos expone una pesadilla llena de flores, campos y colores brillantes. ¿El terror solo tiene que estar acompañado por oscuridad? Error. Midsommar nos demuestra que pueden existir imágenes perturbadoras a plena luz del día».

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