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Por Rolando Gallego

Recuperando su tradicional potencia, la apertura marcó el reencuentro con invitados, espectadores y la prensa, que fue testigo de la primera proyección, La pantalla andina, de Carmina Belaguer.

Tras palabras de los organizadores, que, alertaron, entre otras cosas, sobre el peligro del avance de las plataformas en el audiovisual, y la necesidad de la aprobación definitiva en Senadores de las asignaciones específicas para cultura, dio comienzo la octava edición del Festival Internacional de Cine de las Alturas, cita obligada para los amantes del cine andino.

La pantalla andina, ópera prima de Carmin Belaguer, se presenta como un ejercicio documental en donde el paisaje y sus protagonistas, determinan una épica sobre la resiliencia y la capacidad de transformación de la realidad.

Siguiendo de cerca al grupo de Cine Móvil, acaso uno de los proyectos más bellos que consiste en acercar cine a lugares en los que no hay una sala, Belaguer conjuga el registro de la llegada del grupo a una escuela Yasquipampa, en donde Silvina Velázquez trabaja como directora.

La película, de manera sencilla, avanza sobre el recorrido de aquellos que desean fervientemente llegar a destino para encontrarse con los niños que acuden y viven en la escuela, y también refleja la ansiedad de ese grupo de pequeños que quieren, por primera vez, ver cine.

Una cuidada fotografía, música que acompasa el camino, y una edición certera, tal vez el abuso de imágenes capturadas con drone afecte la intimidad que necesitaba el relato. Así y todo, Belaguer reposa la cámara con solvencia y registra, por ejemplo, un momento hermoso, en donde Asunción Rodríguez, responsable de Cine Móvil, les cuenta qué es el cine a los pequeños.

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