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Por Marcelo Cafferata

La vida dentro de las cárceles femeninas se ha multiplicado en diferentes mundos de ficción e incluso en varios trabajos documentales, pero en particular “MALQUERIDAS”, ópera prima de la directora chilena Tana Gilbert, plantea sumergirse en las experiencias de la maternidad en plena prisión.

Lo que se ve en pantalla es fruto de un trabajo de casi ocho años de investigación, en donde se plasman fragmentos de las vidas de cada una de las reclusas, con las filmaciones desde sus teléfonos celulares que han llegado a manos de Gilbert.  Algo de la clandestinidad de esas imágenes (porque obviamente los celulares no están permitidos dentro de las cárceles y su tenencia es un delito claramente tipificado en la legislación chilena) marcan el pulso y la tensión que se impone en el relato y que se traduce en cada una de las imágenes que además se van hilvanando  en la voz de Karina Sánchez, una de las mujeres que brindan su testimonio, ella particularmente privada de su libertad, durante siete años.

Si bien el documental podría haberse apoyado en otro tipo de registros, e inclusive, en entrevistas mantenidas con los familiares de las reclusas, Gilbert toma la acertada decisión de construir su documental solamente con el material registrado por ellas mismas en sus teléfonos móviles y por lo tanto no importará demasiado los fragmentos completamente pixelados, o con poca luz, o mal encuadrados, todos tomados con teléfonos que no son precisamente último modelo, porque la potencia de las imágenes y la fuerza de todos los relatos entraman perfectamente lo que la directora quiere contar.

Los registros van desde fotos que entran y salen de sus celulares, tatuajes de nombres de sus seres queridos, mensajes dejados en los teléfonos, filmaciones de fuegos artificiales durante un nuevo inicio de año, momentos de felicidad y convivencia entre las reclusas, hasta momentos realmente conmovedores con pérdidas irreparables como el relato de la muerte del hijo de una de ellas atropellado por un camión en plena ruta.

Gilbert logra un registro completamente coral permitiendo que cada una de las voces cobre su importancia dentro de este trabajo que se construye  como una forma de mostrar su intimidad, sus sentimientos y darles visibilidad. No solamente a cada una de sus historias, sino plasmando las diferentes facetas que puede tomar la maternidad de acuerdo a las posibilidades que cada una de ellas logra entablar con sus hijos y sus (ex) parejas, muchas veces desvinculados y haciendo que los menores terminen derivados en asilos o mediados por asistentes sociales: cada una busca su propia forma, como puede y como la situación familiar le permite.

Según cifras recientes, un 92% de las mujeres que están en la cárcel son madres y sus hijos quedan en la sección materna infantil de la cárcel hasta que cumplan sus dos años y el trabajo de Gilbert se une, en ese sentido, a mostrar una realidad de estas maternidades truncas sobre la cual las políticas públicas debiesen tomar algún partido.

La hostilidad del afuera, la violencia del encierro, el dolor de las pérdidas y las distancias, son partes de esas polaroids que Gilbert va uniendo en testimonios potentes, impactantes, crudos y conmovedores.

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