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Por Marcelo Cafferata

Un Crimen Común / A Common Crime - Home | Facebook

Un repaso sobre dos producciones que pasaron por el Festival.

UN CRIMEN COMUN

de Francisco Márquez

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El director de “La larga noche de Francisco Santis” vuelve a instalarse en un relato atravesado por lo social y lo político bordeando el cine de género, pero su particularidad es nuevamente la de generar un clima de incertidumbre, donde sólo se van ofreciendo algunas imprecisiones, para que el espectador participe en la construcción de un relato que se va desdoblando en varias aristas.

En “UN CRIMEN COMUN”  la protagonista es Cecilia (Elisa Carricajo), una profesora de sociología de la UBA, separada y con un hijo cuyo mundo interno se fractura completamente a partir de un hecho que, en apariencia simple, termina en una sorpresiva tragedia: una noche lluviosa, Kevin, el hijo adolescente de su empleada doméstica, llama a la puerta y su insistencia, mezclada con el clima enrarecido de aquella noche, hacen que decida no dejarlo entrar a la casa. Al día siguiente, se entera que el cuerpo sin vida de Kevin ha aparecido flotando en el río, suceso en el que queda involucrada Gendarmería.

Pero el centro del relato no es precisamente la dudosa muerte del joven y las circunstancias que la rodean (aquí Márquez nuevamente pone el condimento político frente a esta muerte, junto con algunos comentarios dentro de los compañeros de cátedra de Cecilia sobre hechos en la oscura época de la Dictadura que le ocurrieron a su padre) sino el impacto que provoca en la protagonista, poniendo en crisis toda su escala de valores y fundamentalmente, la intromisión de la culpa y el miedo, que la transforman en un ser completamente vulnerable.

El juego de causa – consecuencias va diezmando las seguridades con las que Cecilia contaba anteriormente, generando una sensación de efecto dominó que va demoliendo todo ese andamiaje teórico e intelectual sobre el que se sostenía, para dejarla notablemente expuesta frente a su imposibilidad de haberlo puesto en acto.

Márquez cuenta con el invaluable protagónico de Elisa Carricajo que transmite a la perfección ese campo minado sobre el que Cecilia transita tanto la sorpresa, como la incertidumbre, el cargo de conciencia, sus debilidades y la forma en que comunica al espectador cada uno de sus estados de ánimo. Carricajo, una de “Las Insoladas” de Gustavo Taretto, quien participó de varios trabajos en el cine de Matías Piñeiro, protagonista de “Cetáceos” de Florencia Percia y que recientemente junto a su grupo teatral Piel de Lava formó parte de la maratónica “La Flor” de Mariano Llinás, entrega una nueva composición que requiere de una entrega absoluta frente a la cámara, y lo cumple con creces.

Simbólicamente ese parque de diversiones donde inicia la película desde el punto de vista subjetivo de un carrito de tren fantasma, es uno de los elementos con los que cuenta el espectador para armar este rompecabezas de sensaciones encontradas que empiezan a habitar en Cecilia, que se sumergen en un terreno oscuro, incierto y donde el miedo a lo sorpresivo lo domina todo.

Para cuando regrese al punto de partida, en ese parque de diversiones, será otro juego el que represente el cúmulo de sensaciones atravesadas en ese tiempo. Ella ya es otra, desde todo punto de vista.

LAS SIAMESAS

de Paula Hernández

Selección Oficial Fuera de Competencia

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Después de la brillante “LOS SONÁMBULOS”, Paula Hernández vuelve al micromundo de los lazos familiares, con una puesta austera, similar a otro de sus trabajos como “Lluvia” (2008): una película de cámara, fundamentalmente apoyada en sus dos personajes protagónicos y casi excluyentes.

Toma como punto de partida un cuento homónimo de Guillermo Saccomano (disponible en: https://www.pagina12.com.ar/13103-las-siamesas) que describe ese vínculo ahogado por un cordón umbilical que parece que jamás termina de cortarse.

Falleció el padre de Stella (Valeria Lois) por lo que ella ha heredado unas propiedades en la Costa, más particularmente en Costa Bonita y en ese viaje ya de por si movilizador, Stella es acompañada por su madre, Clota (Rita Cortese) a la que aún le queda por sanar heridas del pasado con su ex marido.

“LAS SIAMESAS” irá descubriendo durante ese viaje, cada uno los resortes que manejan su compleja relación: por un lado completamente tóxica para Stella, por el otro, con una imposibilidad de madurar y despegarse.

Clota escupe frases descalificantes, hirientes, corroyendo la poca autoestima que le queda a Stella, pero ella las escucha y contesta como puede, con una secreta esperanza de cambio. Se agreden, se lastiman, pero al mismo tiempo se necesitan, se complementan, se ayudan, no pueden vivir la una sin la otra: son la simbiosis perfecta.

Aparece en algún momento para Stella una figura masculina (el chofer del miro a cargo de Sergio Prina) que no solamente parece ser el bisturí para separarla de su madre y romper ese lazo gemelar sino que además aleja ese fantasma de la adolescente con campera rosa chicle que habita en Stella, para convertirla en una mujer deseante frente a un hombre, que además la mira con ojos contenedores y comprensivos. Pero aún en ese pequeño acto de liberación aparece la omnipresencia de su madre que alimenta en Stella, esa niña que sigue fijada (aunque obviamente no lo asuma) a una búsqueda permanentemente de aprobación frente a la mirada despiadada de Clota que no hace más que marcar sus imperfecciones.

Verdadero tour de forcé entre Valeria Lois y Rita Cortese (ambas ya participaron de trabajos anteriores de la directora con lo cual la química del equipo traspasa la pantalla) con el que es imposible no caer hechizado como espectador frente a cada escena, prolijamente compuesta en la cámara de Hernández, donde dos tremendas actrices se apoderan del texto, lo hacen carne y se calzan la piel de sus personajes, abandonando cualquier rasgo de ellas mismas.

Hernández apuesta, en su guion –escrito junto con Leonel D’Agostino- a brindar, en cierto modo y según la interpretación que pueda hacer cada espectador, una visión más oxigenante y esperanzadora que la de Saccomanno, con un epílogo que suma su poesía y realza el notable trabajo de fotografía de Iván Gierasinchuk.

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