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Por Marcelo Cafferata

Todo inicia con un pedido de permiso para filmar denegado. Parece ser que las mujeres no pueden entrar a las minas: inclusive, hay como un mito que hace referencia a esto y dice que las minas son celosas de las mujeres que entran y cuando eso sucede, se producen los accidentes, marcando de esta manera, una fuerte culpabilización a la mujer en ese contexto.

Tatiana Mazú González en “RIO TUBIO” logra, a partir de charlas con diferentes mujeres vinculadas con este tema, poder plantear en tiempos de sororidad y de empoderamiento, un nuevo espacio para debatir el rol de la mujer y las luchas de género, en estos ámbitos con estructuras anquilosadas.

La propuesta, que se estructura a partir de conversaciones de un chat proyectadas sobre un fondo negro con una particular textura, avanza sobre las mujeres “traídas a la fuerza” en un pueblo de hombres y también sobre las enfermedades, riesgos y condiciones precarias de trabajo que ocasionan accidente y muertes en el trabajo minero.

El pueblo de Río Turbio, con el yacimiento carbonífero más grande del país, es el centro de las luchas de los trabajadores que se sumergen en las entrañas de la tierra –como suelen llamar a las minas- y de las mujeres por comenzar a ocupar un espacio que parece exclusivamente destinado a los hombres, como si ellos tuviesen miedo de perder poder cuando se demuestre que las mujeres tienen la posibilidad de realizar algunos de los trabajos.

La puesta en escena de Mazú González apuesta a algo innovador entremezclando esta conversaciones donde los datos van armando, poco a poco a modo de rompecabezas, algunas de las cuestiones por las que el documental quiere transitar con imágenes congeladas del paisaje patagónico y las reflexiones sobre las dificultades de poder expresarse y ejercitar una lucha activa cuando predomina el “pueblo chico, infierno grande” y son fácilmente identificadas y señaladas. Esas Mujeres del Carbón que siguen luchando para modificar paradigmas.

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