Por Marcelo Cafferata
Presentada oportunamente en la Selección Oficial del 35º Festival de Cine de Mar del Plata, fuera de Competencia, “VICENTA” es una innovadora propuesta documental que apela al arte de stop motion, pero con la particularidad que las maquetas y muñecos de plastilina no tienen movimiento. Se nutren de la potencia del relato y sus expresiones, acompañadas de variaciones en la luz y de los elementos que se ponen en juego en la puesta, ya son suficientes para lograr una experiencia de una calidad y una calidez infrecuente dentro del cine documental nacional.
Vicenta / Vicenta Avendaño, es en cierta medida, una representación de los más vulnerables: vive en una localidad del conurbano, trabaja limpiando casas y vuelve a su casa extenuada por esas tareas que le implican poner el cuerpo. Una vez que llega a su hogar, deberá proteger cada uno de los detalles de la convivencia con su hija menor, Laura, que ya cumplió 19 años pero sigue siendo pequeña e indefensa debido al retraso madurativo que padece.
Con una historia de violencia familiar en sus espaldas donde estuvo a la orden del día el destrato y el abandono, Vicenta se ha sobrepuesto a cada uno de estos obstáculos con su dignidad en alto y sus valores morales intactos. Como sucede en muchos de estos casos, presa del analfabetismo, ella tendrá algunos problemas para poder expresarse dentro de la burocracia que envuelve cualquier trámite menor para el que necesitará la ayuda de Valeria, su hija mayor.
“VICENTA” toma el caso real y mediático que apareció en los titulares de toda la prensa y fue presentado en todos los noticieros –que inteligentemente se incluyen en la puesta por medio de fragmentos que los propios protagonistas miran en sus televisores-: un caso de pedido de aborto frente al embarazo de Laura, que fue abusada intrafamiliarmente.
Mientras la figura del abusador parece no tener pena alguna y su tío sigue libre, Laura y Vicenta son sistemáticamente sometidas al particular derrotero de denuncias, trámites, intervención de los juzgados, asistentes sociales, marchas y contramarchas dentro de los expedientes, en esos vericuetos kafkianos que padecen justamente los que no tienen recursos de ninguna índole para poder ser escuchados.
La puesta de Darío Doria se nutre de un artificio completamente despojado de golpes bajos y de dramatismos, narra los hechos con precisión y detalles, tratando de generar un espacio de reflexión sin caer en un discurso tendencioso. Sus muñecos logran una conexión mucho más potente que la que se lograría a través de una interpretación convencional.
Sus gestos, sus silencios, sus miradas vidriosas que transmiten el dolor y la opresión necesarias para contar una historia donde las minorías vulnerables son permanentemente invisibilizadas por el propio Estado, por aquellos organismos que en vez de un trato expulsivo, debieran contener, escuchar y dar apoyo a este tipo de casos en donde la Justicia debiese dar solución a las desigualdades.
El excelente diseño de arte de Mariana Ardanaz aporta el color, el brillo y los detalles necesarios para que esta historia que tuvo repercusión a nivel provincial y nacional nos llegue en este novedoso formato, poco usual en un trabajo documental
Un Estado que no protege y una comunidad que discrimina. El desamparo, el abandono, la exclusión, trazan los lineamientos de una historia que es paradigma de la violencia institucional que aún hoy, sigue castigando a los sectores de más bajos recursos y negando la protección que hace al derecho individual, imponiendo excusas, procedimientos, excepciones y debates éticos extemporáneos para no hacer lo que se debiera hacer y que a su vez, se encuentra perfectamente reglamentado por la ley.
Darío Doria director de “Grisinópoli” “Elsa y su ballet” y “Salud Rural” se arriesga a un formato y una narrativa diferente y su apuesta logra un impacto certero y apunta a ese movimiento que tan saludablemente debiésemos hacer como sociedad para una ley donde el aborto pueda ser seguro, legal y gratuito, al alcance justamente de los que menos tienen y que más ayuda necesitan. Un paso adelante que empatice con el dolor y la tragedia que un hecho de estas dimensiones tiene y que se repite permanentemente.
Como corolario perfecto para “VICENTA” esa narración en off que en tantos trabajos documentales aparece como sobrecargada y discursiva, justamente aquí en la cadencia y la sensibilidad de Liliana Herrero, suena armónica y natural, como quien nos va contando un cuento, una historia de vida, un ejemplo de lucha y nos ofrece una historia simple y profunda para que siga activa nuestra memoria y que este tipo de hechos tan desafortunados no vuelvan a sucedernos como sociedad, con miras a una verdadera evolución.