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Por Rolando Gallego

No hace falta haber visto anteriormente la primera entrega de Aquaman, protagonizada por Jason Momoa, para entender lo que acontece en “Aquaman y el reino perdido”, al contrario, porque James Wan, su director, se encargó, cada tanto del metraje, de informarnos qué había pasado en la película precedente.

“Aquaman y el reino perdido” nos muestra en el arranque a Arthur (Momoa) lidiando con tareas domésticas, haciéndose cargo en partes iguales con Mera (Amber Heard) del cuidado del hogar y su hijo.

En esas primeras escenas uno podría creer que está viendo una sitcom, pero no, estamos ante el cierre del viejo universo DC, y en algún momento, claro, la narración tiene que derivar hacia lo fantástico, luego que Mantis (Yahya Abdul Mateen II) vuelva a acechar y modificar la aparente tranquilidad que impera en el mundo de Aquaman.

Ante ese quiebre de la meseta en la que está inmerso, donde se lo pinta, volvemos a reiterar, como un padre de familia dedicado, un hijo ejemplar que comparte tiempo de calidad con sus amigos, sin dejar de lado su lado rebelde, tomando cervezas y manejando una moto (un estereotipo añejo y en desuso), deberá, en determinado momento, recuperar vínculo con Orn (Patrick Wilson), su malvado hermano que le hizo la via imposible con anterioridad.

Con escenas generadas virtualmente de la peor manera y con el peor gusto, con una dudosa estética kitch, el principal inconveniente de “Aquaman y el reino perdido” radica en justamente su deambular entre géneros e intentar desde el arquetipo de Momoa, musculoso, hosco, emparejarlo con una saga de la competencia, Thor, con la que Taika Waititi supo hacer una escuela y dejar su propia firma.

¿Es “Aquaman y el reino perdido” una mala película? La respuesta es no, primero porque tiene a un Momoa desatado, como lo estuvo en la última Rápidos y Furiosos, con un villano muy particular, pero tampoco es lo mejor que vimos en las últimas películas de superhéroes, y desaprovecha las oportunidades de indagar en el universo del personaje de una manera profunda, prefiriendo hablar de cuestiones asociadas a la ecología y el cuidado del medioambiente, más que a desarrollar líneas narrativas que a lo largo de la extensa duración del largometraje se pierden.

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