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Por Marcelo Cafferata

Dentro de las diferentes propuestas de lo que podemos denominar como thriller psicológico, no es fácil encontrar aquellas que no terminen encallándose en los estereotipos propios del género o que no puedan resolver / mantener el planteo inicial en forma correcta y dispersen u olviden sus intenciones iniciales. Por suerte, nada de esto sucede con el sólido trabajo de Martín Kraut, “LA DOSIS”, que es uno de los muy recomendables estrenos nacionales que se propusieron en la plataforma www.cine.ar/play en estos tiempos de pandemia y aislamiento.

Ya desde las primeras escenas, la puesta en escena irradia un clima enrarecido y un nervio que hace añorar inmediatamente, haberla podido disfrutar en una sala  y en pantalla grande, sensación que no aparece frecuentemente en todos los estrenos de estos últimos meses y que justamente se genera al darnos cuenta que estamos ante uno de los grandes productos del cine nacional de este año.

Una unidad de cuidados intensivos en donde Marcos Roldán (un excelente y medido Carlos Portaluppi que juega perfectamente al filo de lo que su personaje necesita) es un enfermero desde hace más de 20 años y dedica enteramente su vida a su trabajo, es el centro del planteo que toma Kraut en su guion para instalar la tensión que se genera en ese espacio de lucha entre la vida y la muerte y donde más allá de lo que indican los médicos, él quiere jugar a impartir cierta justicia divina.

Su único vínculo en lo social por fuera de lo laboral parece estar circunscripto a su compañera de piso Noelia (Lorena Vega una vez más exacta, con su fuerte presencia en pantalla), situación de delicado equilibro que comienza a resquebrajarse y cada vez más velozmente, cuando irrumpe en el servicio un nuevo enfermero, Gabriel (Ignacio Rogers de “Esteros” y “La protagonista”), con el carisma, el empuje y la fuerza que el deteriorado mundo interno de Marcos ya no puede ofrecer.

El guion de Kraut parece trabajar en paralelo dos líneas bien diferenciadas que amalgama perfectamente para que el ritmo de thriller y el ambiente de ambigüedad e incertidumbre, vayan invadiendo la historia. Por un lado aparece esta figura de Gabriel que va penetrando abusivamente en la vida de Marcos, bajando todas las barreras y rompiendo algunos límites, la figura de ese típico personaje que se va apoderando vampíricamente del espacio y la vida del otro en donde rápidamente quedará en evidencia un trastorno psicológico y un notable desequilibrio.

La personalidad carismática y seductora de Gabriel hará que frente al resto de sus compañeros, esta situación pase desapercibida. Pero, al mismo tiempo, irá dejando en evidencia a un Marcos cada vez más angustiado, siendo el disparador y potenciando ese espiral descendente hacia el abandono y el descuido en el que se va viendo cada vez más sumergido.  

Justamente aparece entonces esa segunda línea de trabajo del guion, con algún ribete hitchcockiano: la de un hombre común que dentro de sus cánones morales, aparece atrapado en circunstancias extraordinarias que lo ponen en el foco de las sospechas, sin poder encontrar un punto de defensa. Es ahí cuando Marcos intentará desenmascarar por sus propios medios y develar ciertos datos sobre la identidad y el pasado de Gabriel, frente a una amenaza latente de los responsables del centro médico (Alberto Suárez y Arturo Bonín) que inician una investigación al percibir un notable aumento de muertes dentro de la Unidad.

La química y el contrapunto eléctrico que se genera entre Portaluppi y Rogers permiten un efecto multiplicador al clima asfixiante y angustiante al que nos somete Kraut planteando ese coqueteo con la delgada línea entre vida y la muerte, donde aparecerán la moral,  la ética personal y profesional  y el ambiente hospitalario como un marco que, por sí mismo, genera un clima de asfixia adicional al que aporta la propia trama.

Dos personajes que en principio parecen tan opuestos –y que compiten no solamente desde un espacio profesional sino que la figura de Noelia queda peligrosamente atrapada entre ellos, triangulando la tensión y desatando una pulsión sexual agazapada-, comienzan a sostener un contacto desde la negrura y las sombras de sus propias personalidades y esa ambigüedad con la que se manejan los climas de “LA DOSIS” genera un de los más efectivos aciertos para poner en jaque esta idea que aparece en forma omnipresente de “jugar a ser Dios”.

Un notable ejercicio de thriller psicológico que evita cualquier lugar común dentro del género y que no busca resoluciones complacientes, de modo de generar en el espectador más incomodidad que empatía y ahondar esa sensación de incertidumbre que se sostiene a lo largo de toda la trama y que se corona en notables trabajos de actuación y una precisa dirección de Kraut que evidentemente augura una excelente carrera desde esta ópera prima notable. 

POR QUE SI:

» La química y el contrapunto eléctrico que se genera entre Portaluppi y Rogers permiten un efecto multiplicador al clima asfixiante y angustiante al que nos somete Kraut «

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