Por Rolando Gallego
Una de las principales tareas del periodismo, según los viejos manuales de la profesión, que después podríamos entrar en el debate sobre si es un oficio que se aprende en la práctica o en la academia, es el resumen.
Seguramente Andrew Dominik al frente de “Blonde”, la adaptación cinematográfica de la novela homónima de Joyce Carol Oates, un ejercicio literario exquisito, en el que se mostraba la dualidad entre Norma Jeane Mortensen y Marilyn Monroe, el nombre artístico con el que se la conoció mundialmente, entendió que debía resumir las casi 1000 páginas del libro en casi tres soporíferas horas.
Y en esos 166 minutos, seguramente, también entendió que las premisas que más iban a interesar al público deberían estar asociadas a cuestiones del pasado de la estrella, su dolorosa infancia plagada de carencias, su escalada al séptimo arte y su desinhibición frente al sexo.
“Blonde” es un gigantesco pastiche ecléctico que prefiere impactar a reflexionar, escandalizar a contextualizar, y, principalmente, odia a su protagonista, presentada como víctima de un sistema que trituraba a sus figuras. Ahí donde el guión del propio Dominik prefiere detenerse, en el sexo, las felatios, los tríos, la pluma de Oates se beneficiaba por la serenidad de la palabra para construir una semblanza contundente sobre la blonda actriz que protagonizó éxitos imborrables de la época dorada del cine.
Porque Oates, amó a su personaje, con sus descripciones descarnadas supo beneficiarse de la imaginación del espectador para terminar de consolidar las ideas que desplegaba capítulo tras capítulo.
En “Blonde” no existe esa posibilidad, se presenta una verdad sin matices y en donde se desprende un profundo odio por el personaje. En la película no hay amor por Marilyn Monroe, pero tampoco lo hay por Norma Jeane Mortensen.
Y en medio de esa realidad los actores son sólo marionetas sin alma de una propuesta que jamás, jamás, estará a la altura de la mujer que comenzó a urdir un star system que aún en el exódo de hoy en día de las salas y la migración a las plataformas, se permite, al menos algunas veces al año, pararse en la boletería de las salas y preguntar por la nueva película de tal o cual estrella.
Ana de Armas intenta acercarse a a mujer ícóno, pero lo hace con herramientas que no son las adecuadas para espejarla, exponiéndose de manera extrema en muchas escenas, y faltando sensibilidad en muchas otras.
“Blonde” es una gran decepción porque no está a la altura de la estrella de la que habla, un resumen grandilocuente y pirotécnico que termina por creerse las verdades que inventa y en donde no hay siquiera posibilidad de una mirada empática con el personaje que representa.