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Por Rolando Gallego

La incómoda, corrosiva, reflexiva y necesaria Estertor, de Juan Basovih Marinaro y Sofía Jallinsky, llegó la Sala Leopoldo Lugones (CABA). Por acá revelaron detalles del proyecto.

 ¿Hubo alguna noticia que disparó la idea principal de la película?

Juan Basovih Marinaro: Una de las ideas surge de mi obsesión por el Alzheimer. Una noche estaba hablando con un amigo y me contó la historia de su padrastro. Que era una figura paterna muy dura con él. Lo mal trataba tanto psicológicamente como físicamente. Cuando mi amigo tenía 15 años a su padrastro le diagnosticaron Alzheimer. En muy poco tiempo tuvo un deterioro avanzado. Seguro que alentado por mi amistad de muchos años y por la confianza que nos tenemos le hice una pregunta un poco salvaje a mi amigo: ¿Cuándo lo veías así de indefenso y acordándote de todo lo que había hecho con vos, no tenías ganas de vengarte, de devolverlo todo ese daño que te hizo? El me respondió que no, porque de esa persona que le había hecho tanto mal no había nada, era un cascarón sin memoria, una pasa de uva. Su enfermedad estaba tan avanzada que su padrastro ya no era el que fue. Esa historia hizo mella y luego de unos días, empezamos a hablar con Sofía y comenzamos a imaginar qué pasaría si poníamos en ese rol a un genocida de la dictadura militar argentina. Luego surgieron como ya viste, mil aristas más que complejizaron la película.

Sofía Jallinsky: Por otra parte, yo tengo un tío desaparecido y durante mi primaria y secundaria fui a un colegio conservador y facho donde tenía que convivir con gente que creía en la teoría de los dos demonios y donde también había algunos familiares de militares. Siendo tan chica me parecía increíble y muy triste escuchar que eso existía, que había gente que no le importaba lo que había pasado en la dictadura y que a pesar de saber de que el estado había torturado gente sostenían la idea de que en verdad había sido una guerra civil. Al hablar con Juan de todas estas cosas, empezamos a construir personajes que tengan como base psicológica una falta de memoria histórica y de interés en el tema. A diferencia de algunxs de mis compañerxs del colegio, estos personajes empezaron a tomar otra forma porque las acciones, las micro-torturas que le hacen, no están sostenidas por una ideología política.

¿Por qué eligieron contarla desde el humor negro?

La cuestión del humor tiene varias aristas para nosotrxs. Por un lado, es algo que veníamos trabajando en la película anterior y que nos parecía sumamente interesante porque nos daba la posibilidad de jugar con lo incómodo de una manera muy particular. El humor en ese sentido nos permitía retratar las relaciones de poder en grupo reducido de una forma en qué parece que por momentos es un chiste, pero por momentos no, y ahí es donde aparece el fondo de violencia. También el límite entre lo que es gracioso y lo que deja de ser gracioso cuando el otrx se ve afectadx nos parecía un recurso a explorar. En este sentido, al hablar desde la contemporaneidad y al retratar personajes de nuestra edad sin memoria histórica ni consciencia política, hacía que empezáramos a ver esos discursos de manera grotesca, ridícula y también violenta. Por otro lado sentimos que la sociedad argentina tiene un vínculo muy importante con el humor y es algo que nos gusta mucho y que creemos que puede llegar a lugares muy complejos contrario a lo que muchas veces se piensa. Nos parece muy interesante jugar con esta sensación como espectador de estar riéndote y formando parte del chiste, y luego darte cuenta de que tal vez no estaba tan bueno reírte de eso y que además podés estar siendo cómplice de una situación bastante violenta.

¿Qué tipo de investigación realizaron sobre la situación?

Hicimos una investigación histórica sobre genocidas que cumplieron con prisión domiciliaria y sobre víctimas que hayan hecho justicia por mano propia (que no hubo). Esta información la utilizamos para despegarnos de lo meramente histórico y proponer una ficción en la que las acciones nada tienen que ver con lo sucedido. Por otro lado, el actor (Antonio Dionisio Vázquez) que interpreta al genocida, además de ser actor también es médico y tenía mucho conocimiento sobre la enfermedad que interpreta. Este intercambio estuvo buenísimo como investigación para profundizar lo corporal y lo gestual del personaje.

¿Cómo eligieron al cast y que trabajo particular hicieron con él?

En la película anterior ya habíamos trabajado con Verónica Gerez, Cecilia Marani, Sebastián Romero Monachesi y Alejandro Russek con los cuales tenemos un grupo de trabajo que nos llevamos muy bien y que nos interesa mucho lo que hacen. Luego sumamos a Raquel Ameri y Antonio Vázquez que ambos fueron un gran descubrimiento y que se sumaron muy bien a la dinámica grupal actoral que veníamos manejando. Nuestro trabajar con el cast siempre es ensayar muchos meses antes de filmar. Nos damos el tiempo para ir construyendo la psicología y la individualidad de los personajes en los ensayos.

La película incomoda pero permite reflexionar sobre el pasado desde un lugar diferente ¿era esa su idea de realizarla?

Nuestra intención para realizarla tenía que ver con poder hablar de la dictadura desde nuestra contemporaneidad. No pretendíamos hacer una película sobre la dictadura si no hablar sobre problemas actuales en relación al tema que nos parecían alarmantes. Por un lado, empezamos a notar un crecimiento en los discursos de odio y negacionistas, pero también empezamos a notar una falta de interés en lo sucedido por considerar que los problemas inmediatos son más importantes.

La película llega a la Sala Lugones ¿expectativas por el estreno?

Tenemos muchas ganas de estrenarla porque aún no lo pudimos hacer en CABA y nos interesa mucho cuál va a ser la reacción del público. La expectativa es que haya un intercambio interesante con la audiencia para pensar cosas en conjunto que nos parecen importantes, más teniendo en cuenta el contexto político de hoy en día.

¿Tienen pensado seguir en dupla?

Sin dudas, ya tenemos varios proyectos en el tintero.

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