Por Rolando Gallego.
¿Cuán difícil puede ser registrar el universo femenino desde la perspectiva de una joven mujer en proceso de definiciones y búsquedas? ¿Cuán difícil puede ser introducirse en un mundo siendo ajeno a él y reflejarlo de una manera única?
“La Botera”, ópera prima de la realizadora Sabrina Blanco, desanda, con un nervio único, y un tempo acompasado, que acompaña el ritmo interno de cada personaje, la vida de Tati en la Isla Maciel, sus vínculos, deseos y aspiraciones.
Sin caer en el subrayado pintoresco del mundo de la joven, y mucho menos en una apología de la pobreza, Blanco se permite transitar espacios e instituciones del lugar con honestidad y con una búsqueda personal para que la verdad de la historia, por sí sola, emerja hacia la superficie.
En el dolor de Tati por no ser aquello que cree que tiene que ser, y en la aventura de permitirse desear, luchar, defender, amar, hay una necesidad por volver a relatar de manera casi primitiva la vida de la joven.
Momentos en los que prima el contexto, otros en los que la contextualización oprime aún más a los personajes, la principal virtud de “La Botera” es “ponerse del lado de” aquellos que no pueden ampliar su horizonte de expectativas.
Por momentos documental, por momentos una ficción que fusiona la ficción y la cámara realista para volverse las dos cosas y ninguna.
El debut en la dirección de Blanco sorprende por la seguridad con la que se construye el universo del relato y sus personajes, quienes desandan el derrotero de una vida de carencias (materiales y afectivas) para reflexionar sobre ausencias para suplantar y subsanar aquello que no se tiene, pero que tampoco se lo piensa .