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Por Marcelo Cafferata.

Nadie puede liberarme

nadie sabe que estoy aquí

algún día las estrellas sobre mí

sentirán lo que necesito sentir

Llega a las pantallas de Netflix, la primera producción chilena para la compañía de streaming, “NADIE SABE QUE ESTOY AQUÍ” de la mano de Pablo Larraín en la producción (talentoso director de la brillante “El Club” y de otros trabajos como “NO”, Jackie” “Neruda” y la reciente “Emma”), con su productora “Fábula”, y el debut en la dirección de Gaspar Antillo.

La historia abre con la ayuda de una deslumbrante fotografía -brillante trabajo de Sergio Armstrong- en un paraje solitario en el sur de Chile, boscoso, recóndito y a la vez paradisíaco, que será el marco propicio para el desarrollo de la historia.

Ese mismo paisaje será, como un personaje más omnipresente y protagónico, el que vaya dando contención y al mismo tiempo marque el ritmo narrativo pausado y sereno con el que iremos descubriendo lo que esconde su personaje principal: Memo, quien ha estado recluido en su cabaña, por lo menos, durante los últimos quince años, huyendo de su pasado.

Vive alejado del mundo, sólo junto a su tío, en esa Llanquihue visualmente hermosa y subyugante cercana a la costa, donde se mantienen con alguna mínima producción vinculada con sus ovejas.

A raíz de un accidente que sufre su tío en la lancha, comenzará a tener un distante contacto con Marta, una joven que un día lo escucha cantar y postea un video en las redes sociales con el objetivo de dar a conocer ese talento que descubre naturalmente, sin saber que de esta manera, apenas el video se vuelva viral, se destaparía el vínculo con un pasado doloroso y complejo.

Nada en “NADIE SABE QUE ESTOY AQUÍ” responde a los cánones típicos de producción de contenidos que suele tener la cadena y si bien desde los rubros técnicos es precisa, deslumbrante y con un exquisito diseño de arte, desde lo más nodal, presenta una narrativa cercana al cine de autor, a la quietud de una pequeña gran fábula –de la que suelen nutrirse las óperas primas- y se sostiene con el trabajo de guion del propio Antillo junto a Enrique Videla y Josefina Fernández, que se toma el tiempo necesaria para que lentamente, ese enigma que envuelve a Memo partiendo de un hecho traumático de su infancia se vaya desplegando.

Jorge García, mundialmente conocido por haberse puesto en la piel de Hurley en la misteriosa “Lost” tiene el physique du rol ideal para darle vida de este personaje quebrado por un secreto y un hecho tan doloroso de su niñez que lo ha marcado profundamente para siempre y que aún pasados los años,  tiene una fuerte incidencia en su presente, esos hechos traumáticos que son difíciles de desenredar.

Cargando con un considerable sobrepeso que habla por sí solo del pesar, el dolor, la frustración y la vergüenza, al volver a descubrir su propio talento, todo remite a aquellos tiempos en los que lo había descubierto un productor musical que logra convencer a su padre de que sólo “preste” su voz pero que no aparezca en cámara porque su estética y su estilo no respondía en absoluto a los cánones que se necesitan para impactar en el mercado de la música (como en tantos otros).

Lo más notable de “NADIE SABE QUE ESTOY AQUÍ” es que irá impulsando la historia, colmada de un profundo dolor pero sin regodeos (claramente Larraín y su director, Antillo, escapan denodadamente del estilo Iñárritu), sin miradas sombrías y por sobre todo, sin compadecerse con su protagonista dotándolo de la vulnerabilidad y el valor de su dignidad, que lo convierte en un personaje atractivo.

El dolor, la frustración, el peso del pasado se va sintiendo poco a poco –a medida que la trama nos permita ir descubriendo los sucesos que acontecieron por medio de los consabidos flashbacks, que se generan con un estilo completamente diferente desde la puesta- y mediante algunas conversaciones o ciertas reacciones, podremos ir reconstruyendo el motivo por el que Memo ha decidido recluirse.

Lo más acertado de la propuesta de Antillo es trabajar en ese tono de fábula (para incluso poder dejar pasar ciertas “casualidades” que suceden dentro del guion) y no ceder en esa veta melancólica, sombría y angustiante en donde se puede generar, inclusive, belleza y empatía.

Con algunos aires que nos recuerda a “El último Elvis” (Armando Bó, 2012) o a “Mario on Tour” (Pablo Stigliani, 2017) con las que “NADIE SABE QUE ESTOY AQUÍ” comparte no solamente el mundo de la música sino también esa mirada agridulce y anclada en el pasado, la opera prima de Antillo se presenta como una opción diferente dentro de la pantalla de Netflix, acercándonos un registro distinto y un trabajo sensible y notable, no apto para paladares en búsqueda de pochoclo y vértigo dentro de la plataforma.

POR QUE SI:

«Pequeña gran fábula»

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